lunes, 3 de junio de 2013

Desde las troneras del San Felipe

¡Bótelos de la casa!

Por Juan Carlos Céspedes

Cada vez que se acerca la temporada ferial de las elecciones, salen de todos los huecos de la ciudad “cartageneros que tienen su cordón umbilical enterrados en nuestras calles”. ¿Le suena familiar? Muy probablemente usted le haya hecho una reunión con familiares y vecinos para conseguir un puesto. Pero sabe que el tipo (o la tipa) tiene malas mañas con lo público, sin embargo, usted hace  como si no supiera nada y rompe para adelante. No importa que de esta manera usted sea partícipe de los peculados, prevaricatos, y otras hierbas amargas. 

      Amigos tengo, que viven dándose látigo de honestos y posan de patriotas preocupados por los altos niveles de corrupción y “¿qué país le vamos a dejar a nuestros hijos?”. Pero ellos mismos llevan a infelices almas hambrientas de justicia y pan, en camionadas o “pringacaras”, a registrar su cédula para escoger al tunante de turno. Después le ofrecen un sanduche sin pan, sin mantequilla y sin queso, además de un agua donde la panela pasó al galope, todo ello hecho por las bondadosas manos de su señora esposa. Una cédula en las manos de un ignorante o de un inmoral, es un arma mortal (¿suicidio?). 

      Hay muchas clases de bandidos, pero los delincuentes sociales son los más peligrosos. Usted lo sabe, amigo lector, hay muchas formas de matar gente, pero nada tan eficiente como acabar con el sector de la salud pública, y destinar esos recursos a través de la magia del guante de seda (algunos lo hacen burdamente) para educar hijos en el exterior, comprar fincas, autos, viajes por Europa y todo los caprichos de nuevos ricos.

      Algunos políticos en el poder tienen su propia cosecha de votos (la gente a la que tiene empleada, los que tienen “contraticos”, los profesionales a los que le “bailan el indio” del “no te desesperes que ya te consigo algo”, las mujeres a las que se han “rumbeado” por la promesa de un empleo y toda una colección de ingenuos que todavía les creen), así que les importa muy poco, que aquellos ciudadanos de cédula virginal no voten, para ellos mejor, ya que tienen sus cuentas claras. Estos personajes que se sienten orgullos de no haber votado nunca, son cómplices por omisión, aunque crean que el abstenerse de votar los hace inocentes de los males de la ciudad y del país.

     A estos personajes, y usted sabe perfectamente quiénes son, hay que aplicarles la censura social, sacarles el cuerpo en las calles, en los sitios públicos, cambiarles de acera, ¿no hace usted esto con los delincuentes comunes? Hay que hacerles saber que conocemos el origen de sus fortunas, de sus “doctorados”, de sus altas condiciones sociales.

      Así que la próxima vez que invite a alguien a su casa, fíjese bien a quién le ofrece su mejor silla, quién bebe en su vaso, quién orina en su baño, quién usa sus cubiertos, a quién le presenta a su señora e hijos, a quién le vende el alma.

      Después de las elecciones, pregúntese si tiene derecho y moral para quejarse de cómo anda Cartagena y cómo se ha deteriorado el nivel de vida de los cartageneros. De lo contrario, ¡cállese! Y siga disfrutando de lo que ayudó a montar.          

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