miércoles, 27 de febrero de 2013

Por el ojo de la cerradura

Cada día que pasa añoro más a mis zapatos viejos

Por Tito Mejía Sarmiento

Más hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a sus zapatos viejos...
Luis Carlos López

No escribo aquí sobre una tormenta política, ni de fuerzas oscuras que están acabando con la tranquilidad de los colombianos desde hace rato, mucho menos de la mujer amada que en las noches heladas quiere que le calienten su cuerpo a cualquier precio. Tampoco me voy a referir al éxito futbolístico del crack Lionel Messi en su club Barcelona o si la popular modelo barranquillera,  Toti Vergara, está nominada a un premio escénico. Nada eso. Hoy quiero rendirle un homenaje como en su momento lo hiciera el gran rapsoda cartagenero Luis Carlos López, a los zapatos viejos, a esos zapatos que aunque pasen años, han quedado imbricados en el alma.

      El 23 de abril del 2006, día del Idioma Castellano a las 9 y 30 minutos de la mañana, los vi por primera vez en una vitrina de un almacén de calzado de la calle 72 en Barranquilla. Me gustaron los dos tonos: blanco y negro, tipo clásico como los que usaban  por los años 60s y 70s,  los famosos actores del cine mejicano: Arturo de Córdova y Juan Orol. No les miento, amables lectores,  si les digo que los compré  dos horas después, cuando me tocó regresar a mi casa para completar el valor total de los mismos: $70.000 porque temí que otra persona los comprara primero que yo. La marca no la menciono porque sería darle publicidad sin que me paguen un peso, además, no me los  regalaron. 

    A partir de aquella fecha, nació una especie de enamoramiento con esos zapatos. Empecé a pisar vivencias bien concebidas cada vez que me los ponía. ¡Para ser más exacto, me traían buena suerte! Como por arte de magia me indicaban el sendero que llevaba y, parecía que hubiese ángeles abrazando mis pies, cuando cruzaba lugares que para la sociedad eran por ejemplo, de alta peligrosidad, sobre todo en las noches briosas de cada viernes. Mis zapatos conocían de memoria el camino de lunas nuevas y tal vez por eso, intento parafrasear un poco al gran poeta salvadoreño Jorge Galán, cuando canta: “aunque no lo comprenda de una forma absoluta, cuando mis zapatos pisan un pedazo de tierra, por mínimo que sea, no están pisando un pedazo mínimo de tierra, están pisando el mundo”.

     En una oportunidad, Ana Victoria, una hermosa trabajadora social de Montería, de cuyo nombre si quiero siempre acordarme, se enamoró de mí, como ella misma me lo manifestó en la intimidad de un acto sexual que disfrutamos en una hamaca en las afueras de la ciudad ganadera con la luz de una luna de octubre, fue, primero por mis zapatos de dos tonos y, luego por mi modo de ser. 

      Por eso, sigo desprendiendo oleadas de añoranzas por mis hermosos zapatos de dos tonos, los mismos que  le brindaban seguridad y comodidad a mis pies, cosa que no sucedía cuando me calzaba otros. Ahora resultan tan extraños mis pasos cuando ya no los llevo puestos porque las calendas vencieron sus huellas en el espacio del aletear obstinado de la memoria. 

      Los añoro, los tengo como un bello trofeo como añoró y tuvo otrora también los suyos, el poeta López,  con la única diferencia que los del Tuerto López, son unos   bellos trofeos para los ojos de miles de turistas que diariamente visitan la amurallada ciudad de Cartagena, mientras los míos, según mi compañera sentimental, son estorbos para las repisas de la casa. 

     Desde hace dos años mi vida se ha convertido  en una danza infinita de marchas monótonas, buscando un par similar a mis zapatos de dos tonos. No he bajado la guardia. Tengo fe que los conseguiré, así me toque seguir haciendo lo del poeta español Antonio Machado: Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.               

2 comentarios:

  1. Hombre, amigo Tito, es bien sabido que los usuarios primarios de estos zapatos eran los gánster, quienes los pusieron de moda en los 20´s y los 30´s. Más adelante pasaron a ser de los excelsos bailadores de tac y de salsa.
    Y aquí en Barranquilla representan la bacanería del Hombre Caribe.
    Por eso nunca te pasó nada en tus andares, por bacán.

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