Márquetin literario
Por Juan Carlos Céspedes Acosta
En un mundo mercantilizado, la literatura se ha convertido en un bien más de consumo, y esto no tendría nada de censurable, sino fuera porque el arte está siendo atropellado por fenómenos ajenos a él.
Cuando entramos a las librerías somos recibidos por galerías de imágenes de mujeres desnudas y en las más diversas poses de invitación, dejando en un segundo plano el contenido del libro, como si fuera lo que menos importara.
Pero lo más lamentable es que son los mismos escritores quienes escogen para sus portadas desvalorizadas modelos Play Boy, mandando su propio trabajo al sótano de lo irrelevante.
No creo que se deba prescindir de la fotografía o cualquier otro arte para buscar llevar el libro al lector, pero sí es necesario ser consecuente con la literatura. Una fotografía artística, una buena pintura le dan un toque elegante a un libro, pero no puede ser más importante la caratula que el contenido de la obra.
Con las editoriales no hay nada que hacer, manejadas por “expertos” en márquetin, se creen el cuento de que “una imagen vale más que mil palabras”, y proceden a indigestar el mercado con cuanta extravagancia se les ocurre. En este orden de ideas, no estaremos lejos de ver a una mujer desnuda frente al pelotón de fusilamiento para vender alguna reedición de “Cien Años de Soledad”.
Y qué decir de los prologuistas profesionales, pagados por las multinacionales de la edición, haciendo alabanzas descaradas e impunes a verdaderos bodrios, libros los cuales saldría muy barato botarlos lo más lejos posible para que no puedan embrutecer a nadie más.
Han llegado al colmo (las editoriales) de pagar “recomendadores” por televisión, periódicos y revistas, para que estos falsos sabios, le digan a la gente, ¡los cuarenta libros que se han leído en la semana!, y que usted puede comprar con toda confianza. Pero lo peor es que hay incautos que les creen.
Cuando el autor hace un monumental esfuerzo por publicar por su cuenta, muchas veces cae en el error de buscar autores prestigiosos para que le hagan el prólogo, entonces asistimos al patético espectáculo de verlos mintiendo descaradamente sobre la obra del otro, presentándolo como lo mejor de los últimos treinta años.
Hay un profundo vacío ético en quienes esto hacen, pues si usted se percata de que la obra puesta bajo su lupa no tiene ribetes literarios y menos artísticos, devuélvala y excúsese de ello. En la literatura no cabe la lástima, peor sería engañar a esa persona con sus palabras elogiosas, y de paso, desacreditarse usted mismo.
Las personas pueden hacer con su dinero lo que a bien tengan. Si desean ver sus fotos en los libros para mostrarlos a los amigos, a la familia, a los vecinos, a los compañeros de trabajo, al jefe, al Presidente, ese es su derecho; y si quieren publicar las cartas de amor de su juventud, sus peripecias sexuales, sus sermones, sus descubrimientos de la vida, sus máximas de costurero, sus inquietudes de jubilado, o lo que deseen, ¡qué lo hagan! Es su dinero, su dedicatoria, su ego, “su…” lo que ustedes quieran, pero que nadie venga desvergonzadamente a decir que “acaba de aparecer una verdadera promesa de las letras”, “una voz profunda y dinámica que enriquece al arte con su inteligencia”, “un estilo único e inimitable” y otras necedades del mismo tenor.
Esta columna lo único que pide es respeto por la palabra, respeto por los grandes maestros que han marcado el camino, respeto por el lector que llega a una obra confiando en el criterio juicioso de los expertos, y lo más importante, respeto por quienes se inician en la literatura.
Bienvenido el márquetin, pero nunca por encima del arte.
Excelente artículo, amigo Juan. Felicidades, siempre dando duro a los bandidos.
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