¿Por qué amamos tanto la guerra?
Por Pedro Conrado Cúdriz
Me decía un vecino hace días, con la convicción del carbonero, que no se puede hacer la paz con una guerrilla criminal. Lo que se puede hacer es la guerra eterna. Eso me dijo. Ahora que recuerdo su perorata, me pregunto si eran los tragos los que hicieron que mi vecino soltara toda su ignorancia acumulada desde hace siglos o simplemente que siguiera vencido por la manía de la habladuría.
Que yo recuerde, ninguno de sus hijos fue a la guerra y su libreta militar la transó en una compra antipatriótica en el mercado que montan los militares en sus oficinas todos los días. Nunca lo he visto con un libro en las manos, además no tiene biblioteca ni el hábito de comprender el país a través de la prensa escrita; lo que si tiene es un televisor gigantesco para extrañarse con la programación nacional y en especial con los noticieros nacionales, salpicados de atracos y muertos diarios.
Lo que realmente quiero decir, es que su percepción del país y de la guerra le es incomprensible y además ajena, porque él solo repite lo que los noticieros quieren que repita.
Así como la gente habla de Dios sin conocerlo, así mismo ocurre con su percepción de la guerra y la paz nacional. Sin formación política, y en el peor escenario del analfabetismo, las gentes se atreven a decir que Dios existe, pero también a rechazar el acuerdo imperfecto de paz de la Habana sin saber nada de él. Esta coherencia metafísica solo es posible por el filo del machete de la ignorancia y el control social.
Sin ir muy lejos, los mismos que maltratan a sus hijos y a sus esposas, que le roban al Estado, son los mismos amantes de la guerra, son los que se oponen a su fin para siempre. Sin embargo, no entienden de los intereses y las ganancias que oculta la guerra. Sus creencias patricias les han impedido ir más allá de su propia piel, aprender de la guerra sempiterna nuestra, aprender a ser empáticos y además que les duelan los hijos ajenos, las víctimas de la guerra y los soldaditos de la pobreza, que mueren como perros hambrientos y abandonados en la selva colombiana.
Uno no entiende este país, o sí, uno lo entiende; por ejemplo, comprende lo que quieren los gobernantes, pero uno no asimila cómo los más jodidos de este país terminan pensando como gobernantes de derecha o como oligarcas: desprecian a Santos, el presidente, el que intenta acabar con sesenta años de conflicto armado, pero aman a Uribe, el expresidente y senador amante de la guerra.
La gente no quiere ver a los guerrilleros haciendo política, pero venden y compran el voto y terminan eligiendo a exnarcos, paracos, sujetos sub júdice, corruptos, etc. Creo que se han acostumbrado a la oscuridad de sus vidas, al abandono y la negligencia estatal, a sus impotencias políticas, a sus frustraciones y a la muerte de la esperanza, a la pobreza y a la mediocridad del vivir de Colombia.
Nadie se preocupa por comprender por qué somos así, por qué nos odiamos, por qué somos amantes resueltos de la guerra, por qué estamos ciegos, por qué vivimos y anhelamos vivir lejos de la paz. Es importante entonces, saber estas cosas para no formar parte del ganado borrego de los guerreros, es importante saber lo que pasa en La Habana para que nuestros hijos y nietos vivan en otro país.
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