El mundo no es seguro para nadie
Por Pedro Conrado Cúdriz
Este mundo no es el mejor, me dijo una amiga del patio, tampoco es seguro. Y una voz que vino del otro mundo, me sopló al oído: Y el mundo es una porquería. Bueno, sí, pensé, pero es el mundo que nos ha tocado vivir afortunada o desgraciadamente. No hay otro.
Es la discusión que abrió la muerte de Aylan Kurdi, el niño sirio que apareció ahogado en la playa de Brodum, intentando con su familia atravesar el mediterráneo para salvarse de la muerte.
Como su caso, en el intento han muerto más de 2.500 personas. El mundo no es un lugar seguro para nadie y a pesar de esa inseguridad la gente le huye a los conflictos, a la muerte, al hambre. Para Aylan Kurdi fue más fácil morir que vivir en alguna parte.
El mundo sigue segregado a pesar de la globalización y otra vez el nacionalismo opera como otra religión local más que desconoce al otro, al migrante, como prójimo. Y en estos tiempos, después de dos guerras mundiales y la asunción de los derechos humanos y organizaciones como la ONU, la conclusión es otra: Entre los seres humanos no deben haber fronteras cuando se trate de salvar vidas humanas.
Los gestos benevolentes de Austria, Alemania y otros países europeos se parecen más a conductas obligadas por la conmiseración, como cuando damos limosna, que a actos de empatía y solidaridad humana.
La decadencia y el agotamiento de occidente se cuelan entre los vidrios rotos de su indolencia. El interés no es el ser humano en sí, es la defensa del empleo local y la economía del capital, la mancha del egoísmo del hombre y su modelo político.
Queremos, dijo el padre del niño sirio, Aylan Kurdi, “que los míos sean los últimos” en morir. Aceptable deseo, pero el mundo no es su pobre corazón adolorido, sino la marca de los intereses egoístas de siempre. Porque el hombre siempre ha sido el buen salvaje y el mundo de él una porquería.
No hay esperanzas ni utopías que puedan salvarnos, solo deseos de salvación, pequeños deseos, individuales, personales, como los casos de algunas familias europeas que han recepcionado afortunadamente a pocos refugiados. Sin embargo, tienen que ser los estados o los gobiernos los que creen planes humanitarios para solventar esta ola migratoria, la peor después de la segunda guerra mundial.
Después que la movilidad migratoria no solo hacia Europa, también hacia Turquía, el Líbano, Jordania, ha ocupado espacio físico en estas y otras naciones, se comprueba que el mundo no ha mejorado su humanidad. Las naciones más desarrolladas del planeta, perdieron la vergüenza y el deseo de ayudar a los más necesitados; nos mata la enfermedad de la indiferencia y el espectáculo deprimente de la migración es la punta del consumo mediático, pero no la resurrección del hombre, su carácter de hombre de estado, su dolor empático o el sentimiento bondadoso de la solidaridad humana. Nos comportamos como perros rabiosos, olemos y salimos huyéndole al dolor.
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