De las cosas de este
mundo que quiero contar hoy
Permítanme usar de
epígrafe la literatura para iniciar este texto con lo que el escritor Ramón
Molinares Sarmiento, plasmó en su ensayo Exilio e identidad, publicado en la
revista Latitud, mayo 14 del 2017: “Nos complace vernos en este espejo con
nuestros defectos y virtudes; saber que los fundadores de Macondo eran
intrépidos, emprendedores, soñadores, tiernos, amorosos, justos; gente con un
alto sentido del honor y de la equidad, que construyó sus primeras viviendas de
modo que todas disfrutaran de la misma frescura y de las misma música que
cantaban los pájaros en las horas de más calor; pero también podemos ver en
este espejo las peores atrocidades que puede cometer un hombre, alimentada por
poderes de identidad difusa, sin sentido de pertenencia…”
O Lo que escribió
Alonso Sanchéz Baute, en la Revista Arcadia, sobre La lectura: “La gente corrupta
no cree en Colombia porque no sabe crear, porque no tiene talento para imaginar
que se puede vivir sin robarle al Estado.” Revista Arcadia. 2017-5-15
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Así como la intolerancia
y el maltrato son actos deliberados, igual los actos de los corruptos, que
omiten las consecuencias de sus conductas porque aspiran a seguir viviendo en
la manigua de la impunidad.
Recuerdo varias cosas
del pasado, por ejemplo, la compra y venta colectiva del voto, la voz de algún
padre diciéndole al hijo, con voz queda, “dígale a ese man, que no estoy en
casa,” o la voz de un amigo regresando de la infancia con la alegría en el
rostro, porque el tendero le había dado unos centavos de más. En estos ejemplos,
uno puede rastrear no sólo lo antiético, también la envoltura futura de la
corrupción.
Poco a poco y con
actos pequeños, contrarios a la moralidad familiar, civil o cristiana, se van
formando los individuos, que años más tarde participarán de actos más graves de
corruptela. Sujetos formados para ser depredadores salvajes (en la pradera de
la sociedad) de las fortunas ajenas, ya sean públicas o privadas. Uno diría que
seleccionan cuidadosamente la presa. Desde niños asistimos a estas escuelas
difusas de la familia, el barrio o el colegio, donde no hay formas de discutir
lo incorrecto, lo injusto, los dineros públicos, etc.
Los corruptos tienen
pues escuela y también han ido a la universidad, a cualquier clase de
universidad.
Somos como niños
caminando en una ruta empedrada de seres salvajes, que todo lo toman sin hacer
preguntas y al final todo lo pueden, cueste lo que cueste.
La corrupción es
violencia vedada y es igualmente la representación de lo que somos individual o
colectivamente. Nosotros hoy estamos representando la humanidad e igual una
época triste y desfavorable para los ciudadanos inermes; somos hijos de todas
las vergüenzas, las del pasado, las del presente y las futuras, igual herederos
de los que roban y los que no roban, los que dudan y los que han decido vivir
del lado del bien y también los que se han atrevido a regresar bolsas de
dólares a sus dueños sin pensar en los resquemores de los que tienen alma de
ladrones y los acusan de tontos.
La sociedad tiene sus
actos demostrativos de carácter social, como el que abordamos en este texto, en
el que nadie podrá tira la primera piedra, porque la acusación puede
convertirse en un maremágnum. Es decir, muy pocos se salvan de la escatología
corrupta para poder llevar a la práctica lo que propone Gustavo Álvarez
Gardeazábal en una de sus columnas: “Hay que buscar cómo convencer a este país
de que todavía se puede gobernar sin robar.” (1)
La naturaleza humana
es dual, no homogénea; en su estructura compiten, luchan, el bien y el mal, la
belleza y la fealdad. (2) Es quizá esta complejidad, lo que dificultad
comprender en carne propia el desliz hacia el campo minado de lo antiético, o
hacia el área feliz de lo ético. Quiero decir, la emocionalidad que existe en
cada conducta, sea buena o sea mala. De cualquier manera, esta dualidad es la
que les ha permitido a los estudiosos de la conducta humana, pensar que todos
somos corruptos. Por las opciones, las oportunidades, las circunstancias
históricas, las formaciones, los temperamentos, los entornos y el carácter.
Con razón para el
hombre común es inexplicable que alguien se encuentre una bolsa grande de
dólares, o cualquier otra cosa de valor extraordinario y lo regrese a sus
dueños. Para la persona con alma difusamente corrupta, el robo no implica
sentimientos de culpa, miedo, arrepentimientos, vergüenza, incomodidad, por el
aprendizaje cultural de su “deshonesta sociopatía.” En tanto, el hombre que le
regresa a otro una bolsa de dinero encontrada en su automóvil, siente una
satisfacción enorme, un sentimiento de bondad profundo que lo enaltece frente a
sí mismo y los otros. (3) Le funciona lo que dicen los neurólogos: el sistema
de aprendizaje emocional anticipatorio: el pálpito que nos alarma frente el “peligro.”
(4) El corrupto no goza de esta alarma, por el contrario, es egocéntrico,
cínico e hipócrita, insensible, sin empatía, transgresor, desinhibido, audaz,
mezquino, mentiroso, maniqueista, arrogante, desafiante, abusador.
No es fácil hablar de
estas cosas, si no incluimos nuestra experiencia personal: ¿Cómo llegamos a ser
éticos o antiéticos? En mi caso, fui criado en un hogar cristiano, que tenía
perfectamente claro los límites entre el bien y el mal, afincados día a día con
labia, rezos, regaños y ejemplos. No soy perfecto, porque nadie es perfecto;
todos mentimos, me dice un amigo. Agregaría una anécdota, que ha sido un reto
perenne para mí: Gloria Navarro, Defensora de
Familia, me dice con el humor negro de la amistad, que yo no sé si soy
corrupto, porque nadie me ha puesto a prueba. Tiene un cincuenta por ciento de
razón, el otro cincuenta por ciento, forma parte de mi vida, de mi lucha por no
hacerle daño a nadie. Lo que tal vez quiero resaltar, es la formación de mi
carácter, mis rebeldías, mis opiniones en contravía, mis irreverencias, mi
formación intelectual e incluso mi ateísmo (No hay algo más decepcionante que
ver a un creyente hacer lo contrario de lo que dictan sus creencias y la ley de
su Dios. Si a esta persona no le sirvió su religión, a mí tampoco tendría por
qué servirme. Mi ateísmo es pues una nueva búsqueda...) Esto me ha servido para
saber cuál es mi lugar en el universo y ser consciente del daño que le causamos
a la humanidad cuando provocamos el mal. Excúsenme esta digresión personal.
No puedo dejar de
contar otra anécdota, que está en el corazón de lo que cuento: Una amiga mía,
profesora de una universidad cachaca, me contó que un día le preguntó a un
enamorado suyo de qué no era capaz y sin esperar respuesta, continúo: de matar,
de golpear a los indefensos, de robar. Ella me dijo que el tipo no supo qué
contestarle y desapareció de su vista.
Reconozco que algo
primitivamente perturbador vive en mí. Hubo un tiempo, antes de ingresar al
Icbf, que deseé varias veces ubicarme estratégicamente en el Paseo Bolívar y
disparar desde aquel lugar oscuro de mí contra la inerme multitud, pero
confieso que fue la escritura la que me ayudó a franquear el dolor desconocido
que vive en cada uno de los seres humanos que habitamos el planeta tierra.
Desde aquellos tiempos, vivo conscientemente luchando contra el mal, que tiene
todos los rostros.
El carácter es el que
guía, según Peter Singer, las actuaciones en “las elecciones radicales,” (5)
que son aquellas conductas marcadas por los dilemas y, sobre todo, aquellas
decisiones que nos ponen a prueba como seres buena gentes y probos.
Lo que debe quedar
claro, “es que la corrupción es una condición y no una función,” una condición
de la naturaleza humana y su relación con el entorno y las fuerzas de una
cultura de masas centrada en el individualismo y el egoísmo, pero reforzado
contra el mundo; egoísmo que se extiende de manera acumulativa y perversa en la
sociedad. Ya hemos dicho, que algunos individuos se salvan de ser infectados
con su veneno.
Es fundamental
mencionar el Estado y el gobierno en el que vivimos, su estructura de juegos
pirotécnicos para hacerle creer a los gobernados que se hacen los esfuerzos
contra la plaga de la corruptela; tocar el clientelismo y los partidos
políticos, que no son unos fenómenos y unos aparatos desligados del veneno
inmoral de la descomposición, que es inoculado todos los días a la gente para
robarles el alma sin el permiso de los sufridos. Con alguna pizca de razón, uno
puede explicar porque los pobres y la clase media esquilman el erario público y
al final o al comienzo, los gobernantes también, y lo más grave, lo permiten
para que los dejen gobernar para siempre. Porque todos tienen el pecado en las
manos. Porque así se genera una complicidad mayor entre los gobernantes y los
gobernados, quienes por ser gobierno tienen los privilegios del poder: hacer lo
no permitido. (6)
He aquí el modelo de
imitación mayor. Uno escucha: “Si ellos lo hacen, nosotros también lo hacemos.”
Esta es la escuela de la vida, superior a la otra escuela, que sigue viva y
permeada por la inacción, la falta de autocrítica y la acriticidad. El optimismo de Gardeazábal, puede ser una
bofetada para los escépticos como yo, pero es necesario para no vivir en la
completa oscuridad.
Bibliografía
1. Gustavo Álvarez Gardeazábal. ADN,
Barranquilla. Jueves 11 de mayo de 2017, pág. 8.
2. Según la opinión de Moisés Wasserman, ex
rector de la universidad Nacional, Dios, por la versión de Leibniz, “no podía
haber creado seres humanos que tuvieran libertad pero que, al tiempo, fueran
incapaces de hacer el mal,” porque ambos, el mal y el bien, carecerían de
significado moral. Es la libertad o el libre albedrio entonces, los que
determinan ambos fenómenos. En otra columna, del mismo Wasserman, uno colige que
el mal por abominable, se oculta y se condena, mientras que el bien es el
reconocimiento del buen ejemplo moral.
3. Los seres humanos realizamos acciones
que nos hacen sentir bien, se llaman acciones autotélicas, es decir, que la
acción y la gratificación es lo mismo. Libro de ética de Fonbienestar, Icbf.
4. “Los sentimientos, dice, el filósofo
Guillermo Hoyos, en Adiós a las trampas, con anterioridad a los juicios
morales, son como alarmas y sensores que tenemos instalados desde niños y nos
alertan en un mundo en conflicto para que reaccionamos ante el mal…”
5. Peter Singer: Ética para vivir mejor.
Ariel, segunda edición.
6. Eduardo Lindarte Middleton, Dr. en
Sociología. La corrupción en Colombia. El tiempo, marzo 19 de 2017.
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