El dogma social
Por Pedro Conrado Cúdriz*
“El hogar apropiado es aquel en que los padres e hijos tienen los mismos derechos fundamentales: derecho a ser, a realizarse, a vivir plenamente, sin sumisión.” Francisco Leal.
“Amo mi perrito, lo llevo al veterinario y a la peluquería, pero no puedo aceptar a Raquel con su lesbianismo.” Voz anónima.
No sé por dónde empezar esta historia de derechos y dignidad humana que viene desde los tiempos de la esclavitud y que ha pasado por los problemas de la libertad de pensamiento, por los problemas de la libertad, las persecuciones, las censuras, las exclusiones, el crimen y todo de lo que ha sido capaz el ser humano para negar al otro.
Hoy les ha tocado el turno a los homosexuales que son discriminados, excluidos y negados en sus derechos o en su dignidad humana. “Son diferentes, oigo, son casi monstruos.” “Ellos sólo tienen que respirar, nada más eso.” La sentencia de la Corte (pueden las parejas homosexuales, adoptar hijos) generó la reacción de los partidarios de la exclusión (muerte a la diferencia) y abrió también ese lugar oscuro de la cultura colombiana: la intolerancia, el racismo y la homofobia que vienen de la conquista, la colonia y la iglesia.
La cultura hace la tarea de fosilizarnos y luego el individuo-niño se encarga de repetir, de imitar, lo que los abuelos y los padres han repetido e imitado de sus mayores, bueno o malo. Los adultos reproducimos sin consciencia el mundo cultural de nuestros padres, desde donde bebemos la esperanza, pero también el miedo de perderlo todo o fragmentos del mismo todo; por eso defendemos con dientes y cuchillos la versión generacional de los mayores, porque creemos que el mundo será peor de lo que es si permitimos que los homosexuales se casen y adopten hijos.
Pero esta es la versión de los adultos que se han atragantado con toda la basura de prejuicios de sus mayores. Y entonces se discriminó específicamente al hombre, al otro, al diferente, al que se atrevió a fracturar el modelo común, de ahí los infanticidios, la esclavitud, la raza aria, el racismo, la inquisición, etc.
Cuando uno escucha en las esquinas que “La culpa que los pelaos no nos obedezcan como debe ser, es de los derechos humanos,” se sabe entonces que estos adultos desconocen la historia dramática y cruel de la infancia y se les ha olvidado también cómo fue su evolución infantil (experiencia) en carne propia.
Dos cosas en olvido: la historia de la niñez en el mundo y la historia propia.
Oigamos la voz de Francisco Leal:
“El niño sabe mejor que el padre lo que necesita en cada etapa de su vida. Si se le permite, él solo puede llegar a su óptimo desarrollo. Sólo necesita un espacio abierto y una lejana y discreta ayuda.” (1)
“El papel del padre y del educador, escribe Leal, es remover los obstáculos que se oponen al despliegue pleno de sí mismo, en un contexto de amor y tolerancia. Somos apenas los parteros del yo profundo y verdadero de nuestros hijos.”
¿De dónde surgió el pavor de concebir hijos homosexuales? ¿Hay culpables? ¿Quiénes son los culpables? ¿Por qué nos produce tanto dolor un hijo homosexual? ¿Dónde aprendimos a ser intolerantes? ¿Cuál es la concepción que tenemos de lo humano? ¿Hay algún problema en la heterosexualidad?
Estamos luchando por un rol paterno que se ha desdibujado en el tiempo y no ha logrado cambiar cuando la vida le ha exigido cambios, porque se quedó caduco, inexperto, fosilizado, incompetente. Un rol paterno que no ha comprendido nada, ni el pasado, ni el presente ni ese lugar incierto que llamamos futuro. (¿Qué es eso?, me preguntaron un día unos padres de familia en una conferencia.)
¿Y comprender para qué? Para ser mejores seres humanos, para perdonar, para amar con intensidad y sin importarnos el color de la piel o la diferencia. Usted nunca ha escuchado aquella voz profunda del alma -madre: “Lo amo a pesar de todo.” “No importa lo que sea, así lo amo.”
Estos amores que desafían la cordura del hombre común, son los que nos dan esperanza y nos obligan a soñar con otros mundos mejores, con un mundo donde a nadie le importa la raza, la sexualidad ni la religión para convivir en armonía y paz.
Los adultos hemos sido dislocados del centro de la familia o del hogar, ya no somos el eje de nada y sí lo somos tenemos que compartirlo con el niño, que vive y experimenta el alimento espiritual de casa, el del entorno y el de sus pares, en especial el de estos últimos. ¿Los niños que conviven con parejas homosexuales o lesbianas, buscarán niños con tendencias homosexuales? No lo creo, ellos seguramente serán más tolerantes y vivirán como el resto de los pelaos, con sus vidas díscolas o solitarias, pero al fin y al cabo llevarán su existencia con normalidad, buena, si es aceptado, mala si es rechazado por ser hijo de homosexuales. No hay otras realidades mejores.
Otra vez la voz de Francisco Leal:
“La infancia ha sido vista por la civilización sólo como un estado transitorio que apenas tiene sentido como una flecha disparada hacia la diana final: producir un adulto. Y ese adulto debe ser bastante parecido al padre y al abuelo.”
El niño es como una copia mecánica y sin oportunidad de cambiar nada. Ese es el parecido. ¿Para qué cambiar lo que está bien hecho?, preguntan los abuelos. ¿Nuestro mundo está bien hecho?, pregunto a mis amigas. Y todos los días escucho a todas quejarse. “El mundo es una mierda,” dicen. ¿Y entonces? ¿El mundo es o será peor, con o sin homosexuales?
No sé, cuando escucho a los adultos despotricar de la Corte y de los homosexuales, me pregunto: Al fin y al cabo a quienes defienden: ¿A la iglesia, a la sociedad, a los adultos, a los niños? ¿A quiénes específicamente?
El mundo no es afortunadamente como lo deseamos, sino como es, por eso la infancia es un reto que se tiene que enfrentar cada día, sin libretos ni guía alguna, porque importa la calidad humanística del adulto protector y no su sexualidad ni su color de piel. Todos los días podemos cambiarle el rumbo a la vida; todos los días podemos hacer feliz a alguien; todos los días podemos desafiar la locura del mundo haciendo cosas buenas por los otros, en especial por los niños. Es casi la única meta, la de la felicidad.
Los derechos de los niños
Escucho la voz de una amiga: “La sentencia de la Corte lo que hace es violarle los derechos a los niños cuando los da en adopción a personas del mismo sexo.”
Y si pienso: “La Corte le niega la adopción a las parejas de un mismo sexo.” ¿Les garantizo los derechos a los niños?
¿Sustancialmente en qué cambió la realidad de los niños en Colombia? ¿Por qué el sexo es tan importante y fundamental para la adopción de los niños que buscan su hogar?
El mito de la unión natural
¿La familia tradicional es el paradigma de lo que los curas y sus acólitos llaman “unión natural? ¿La desnaturalización no es el producto de la negligencia y el abandono de los niños por sus cuidadores adultos? ¿Existe la “unión natural” o es simplemente la nostalgia adánica de la inocencia perdida en medio de la selva agreste de la modernidad y el consumo?
Las preguntas
La mayéutica tiene la rara importancia filosófica de buscar en las preguntas luces antes que respuestas, por eso las preguntas no duelen tanto, son raras explosiones cósmicas de la realidad en el cerebro humano. Somos seres de aprendizajes infinitos. Así como somos seres de aprendizajes, igualmente somos seres de aventuras, de riesgos, porque la vida misma es un ensayo, no una fórmula heterosexual ni homosexual.
Voy con algunas preguntas:
ü ¿El niño necesita un padre o el adulto un niño?
ü Si el niño tiene derechos ¿Quién se los garantiza? ¿El Estado? ¿Un cuidador adulto? ¿Quién? ¿Cómo?
ü ¿Cuántos niños viven con homosexuales?
ü ¿No es una realidad la homosexualidad?
ü ¿Qué tan sana es la realidad heterosexual?
ü ¿Tienen los niños abandonados que esperar que los salve un adulto heterosexual?
ü ¿Educar a un niño es una formula heterosexual infalible?
ü ¿Por qué un adulto homosexual no puede cuidar a un niño?
ü ¿Qué cantidad de prejuicios contra la homosexualidad ocultan miedos inveterados contra los diferentes?
ü ¿Cuántos homosexuales viven en el mismo techo de los heterosexuales?
ü ¿Cuántos homosexuales cuidan niños?
ü ¿Es mejor que la historia de terror, miedo y abuso siga con tal que el niño no sea cuidado por un homosexual?
ü ¿No son estos mismos adultos heterosexuales, violadores de los derechos de las niñas, quienes ponen el grito en el cielo por la sentencia de la Corte?
ü ¿Y la iglesia, que ha sido un nido de pedófilos y homosexuales, no hará mejor con revisar sus credos y prácticas?
ü ¿Quién es un niño: un cerebro vacío que el adulto llena a discreción?
ü ¿La educación y la formación a pesar de ser asimétrica, no forma parte de acuerdos democráticos?
ü ¿Por qué repetir la historia y la cultura heterosexual que tanto daño le ha hecho sistemáticamente al niño y a la mujer?
ü ¿Cuántas mamás o papás educan sin parejas a sus hijos? ¿Existe alguna probabilidad que un niño educado por su madre sea afeminado? Y sí es lo contrario ¿Cuál es la probabilidad que la niña sea machorra?
ü ¿Qué tan peligroso es que la familia moderna intercambie sus roles?
ü ¿El ser humano es sólo sexo?
A pesar que mi posición es muy clara sobre la sentencia de la Corte, he querido ser ambiguo para obligar al lector a encontrar su respuesta en el texto.
(1) Las citas de Francisco Leal corresponden al libro “La generación de los padres sumisos.”
Por Pedro Conrado Cúdriz*
“El hogar apropiado es aquel en que los padres e hijos tienen los mismos derechos fundamentales: derecho a ser, a realizarse, a vivir plenamente, sin sumisión.” Francisco Leal.
“Amo mi perrito, lo llevo al veterinario y a la peluquería, pero no puedo aceptar a Raquel con su lesbianismo.” Voz anónima.
No sé por dónde empezar esta historia de derechos y dignidad humana que viene desde los tiempos de la esclavitud y que ha pasado por los problemas de la libertad de pensamiento, por los problemas de la libertad, las persecuciones, las censuras, las exclusiones, el crimen y todo de lo que ha sido capaz el ser humano para negar al otro.
Hoy les ha tocado el turno a los homosexuales que son discriminados, excluidos y negados en sus derechos o en su dignidad humana. “Son diferentes, oigo, son casi monstruos.” “Ellos sólo tienen que respirar, nada más eso.” La sentencia de la Corte (pueden las parejas homosexuales, adoptar hijos) generó la reacción de los partidarios de la exclusión (muerte a la diferencia) y abrió también ese lugar oscuro de la cultura colombiana: la intolerancia, el racismo y la homofobia que vienen de la conquista, la colonia y la iglesia.
La cultura hace la tarea de fosilizarnos y luego el individuo-niño se encarga de repetir, de imitar, lo que los abuelos y los padres han repetido e imitado de sus mayores, bueno o malo. Los adultos reproducimos sin consciencia el mundo cultural de nuestros padres, desde donde bebemos la esperanza, pero también el miedo de perderlo todo o fragmentos del mismo todo; por eso defendemos con dientes y cuchillos la versión generacional de los mayores, porque creemos que el mundo será peor de lo que es si permitimos que los homosexuales se casen y adopten hijos.
Pero esta es la versión de los adultos que se han atragantado con toda la basura de prejuicios de sus mayores. Y entonces se discriminó específicamente al hombre, al otro, al diferente, al que se atrevió a fracturar el modelo común, de ahí los infanticidios, la esclavitud, la raza aria, el racismo, la inquisición, etc.
Cuando uno escucha en las esquinas que “La culpa que los pelaos no nos obedezcan como debe ser, es de los derechos humanos,” se sabe entonces que estos adultos desconocen la historia dramática y cruel de la infancia y se les ha olvidado también cómo fue su evolución infantil (experiencia) en carne propia.
Dos cosas en olvido: la historia de la niñez en el mundo y la historia propia.
Oigamos la voz de Francisco Leal:
“El niño sabe mejor que el padre lo que necesita en cada etapa de su vida. Si se le permite, él solo puede llegar a su óptimo desarrollo. Sólo necesita un espacio abierto y una lejana y discreta ayuda.” (1)
“El papel del padre y del educador, escribe Leal, es remover los obstáculos que se oponen al despliegue pleno de sí mismo, en un contexto de amor y tolerancia. Somos apenas los parteros del yo profundo y verdadero de nuestros hijos.”
¿De dónde surgió el pavor de concebir hijos homosexuales? ¿Hay culpables? ¿Quiénes son los culpables? ¿Por qué nos produce tanto dolor un hijo homosexual? ¿Dónde aprendimos a ser intolerantes? ¿Cuál es la concepción que tenemos de lo humano? ¿Hay algún problema en la heterosexualidad?
Estamos luchando por un rol paterno que se ha desdibujado en el tiempo y no ha logrado cambiar cuando la vida le ha exigido cambios, porque se quedó caduco, inexperto, fosilizado, incompetente. Un rol paterno que no ha comprendido nada, ni el pasado, ni el presente ni ese lugar incierto que llamamos futuro. (¿Qué es eso?, me preguntaron un día unos padres de familia en una conferencia.)
¿Y comprender para qué? Para ser mejores seres humanos, para perdonar, para amar con intensidad y sin importarnos el color de la piel o la diferencia. Usted nunca ha escuchado aquella voz profunda del alma -madre: “Lo amo a pesar de todo.” “No importa lo que sea, así lo amo.”
Estos amores que desafían la cordura del hombre común, son los que nos dan esperanza y nos obligan a soñar con otros mundos mejores, con un mundo donde a nadie le importa la raza, la sexualidad ni la religión para convivir en armonía y paz.
Los adultos hemos sido dislocados del centro de la familia o del hogar, ya no somos el eje de nada y sí lo somos tenemos que compartirlo con el niño, que vive y experimenta el alimento espiritual de casa, el del entorno y el de sus pares, en especial el de estos últimos. ¿Los niños que conviven con parejas homosexuales o lesbianas, buscarán niños con tendencias homosexuales? No lo creo, ellos seguramente serán más tolerantes y vivirán como el resto de los pelaos, con sus vidas díscolas o solitarias, pero al fin y al cabo llevarán su existencia con normalidad, buena, si es aceptado, mala si es rechazado por ser hijo de homosexuales. No hay otras realidades mejores.
Otra vez la voz de Francisco Leal:
“La infancia ha sido vista por la civilización sólo como un estado transitorio que apenas tiene sentido como una flecha disparada hacia la diana final: producir un adulto. Y ese adulto debe ser bastante parecido al padre y al abuelo.”
El niño es como una copia mecánica y sin oportunidad de cambiar nada. Ese es el parecido. ¿Para qué cambiar lo que está bien hecho?, preguntan los abuelos. ¿Nuestro mundo está bien hecho?, pregunto a mis amigas. Y todos los días escucho a todas quejarse. “El mundo es una mierda,” dicen. ¿Y entonces? ¿El mundo es o será peor, con o sin homosexuales?
No sé, cuando escucho a los adultos despotricar de la Corte y de los homosexuales, me pregunto: Al fin y al cabo a quienes defienden: ¿A la iglesia, a la sociedad, a los adultos, a los niños? ¿A quiénes específicamente?
El mundo no es afortunadamente como lo deseamos, sino como es, por eso la infancia es un reto que se tiene que enfrentar cada día, sin libretos ni guía alguna, porque importa la calidad humanística del adulto protector y no su sexualidad ni su color de piel. Todos los días podemos cambiarle el rumbo a la vida; todos los días podemos hacer feliz a alguien; todos los días podemos desafiar la locura del mundo haciendo cosas buenas por los otros, en especial por los niños. Es casi la única meta, la de la felicidad.
Los derechos de los niños
Escucho la voz de una amiga: “La sentencia de la Corte lo que hace es violarle los derechos a los niños cuando los da en adopción a personas del mismo sexo.”
Y si pienso: “La Corte le niega la adopción a las parejas de un mismo sexo.” ¿Les garantizo los derechos a los niños?
¿Sustancialmente en qué cambió la realidad de los niños en Colombia? ¿Por qué el sexo es tan importante y fundamental para la adopción de los niños que buscan su hogar?
El mito de la unión natural
¿La familia tradicional es el paradigma de lo que los curas y sus acólitos llaman “unión natural? ¿La desnaturalización no es el producto de la negligencia y el abandono de los niños por sus cuidadores adultos? ¿Existe la “unión natural” o es simplemente la nostalgia adánica de la inocencia perdida en medio de la selva agreste de la modernidad y el consumo?
Las preguntas
La mayéutica tiene la rara importancia filosófica de buscar en las preguntas luces antes que respuestas, por eso las preguntas no duelen tanto, son raras explosiones cósmicas de la realidad en el cerebro humano. Somos seres de aprendizajes infinitos. Así como somos seres de aprendizajes, igualmente somos seres de aventuras, de riesgos, porque la vida misma es un ensayo, no una fórmula heterosexual ni homosexual.
Voy con algunas preguntas:
ü ¿El niño necesita un padre o el adulto un niño?
ü Si el niño tiene derechos ¿Quién se los garantiza? ¿El Estado? ¿Un cuidador adulto? ¿Quién? ¿Cómo?
ü ¿Cuántos niños viven con homosexuales?
ü ¿No es una realidad la homosexualidad?
ü ¿Qué tan sana es la realidad heterosexual?
ü ¿Tienen los niños abandonados que esperar que los salve un adulto heterosexual?
ü ¿Educar a un niño es una formula heterosexual infalible?
ü ¿Por qué un adulto homosexual no puede cuidar a un niño?
ü ¿Qué cantidad de prejuicios contra la homosexualidad ocultan miedos inveterados contra los diferentes?
ü ¿Cuántos homosexuales viven en el mismo techo de los heterosexuales?
ü ¿Cuántos homosexuales cuidan niños?
ü ¿Es mejor que la historia de terror, miedo y abuso siga con tal que el niño no sea cuidado por un homosexual?
ü ¿No son estos mismos adultos heterosexuales, violadores de los derechos de las niñas, quienes ponen el grito en el cielo por la sentencia de la Corte?
ü ¿Y la iglesia, que ha sido un nido de pedófilos y homosexuales, no hará mejor con revisar sus credos y prácticas?
ü ¿Quién es un niño: un cerebro vacío que el adulto llena a discreción?
ü ¿La educación y la formación a pesar de ser asimétrica, no forma parte de acuerdos democráticos?
ü ¿Por qué repetir la historia y la cultura heterosexual que tanto daño le ha hecho sistemáticamente al niño y a la mujer?
ü ¿Cuántas mamás o papás educan sin parejas a sus hijos? ¿Existe alguna probabilidad que un niño educado por su madre sea afeminado? Y sí es lo contrario ¿Cuál es la probabilidad que la niña sea machorra?
ü ¿Qué tan peligroso es que la familia moderna intercambie sus roles?
ü ¿El ser humano es sólo sexo?
A pesar que mi posición es muy clara sobre la sentencia de la Corte, he querido ser ambiguo para obligar al lector a encontrar su respuesta en el texto.
(1) Las citas de Francisco Leal corresponden al libro “La generación de los padres sumisos.”
*Pedro Conrado es Sociólogo
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