domingo, 11 de octubre de 2015

Bitácora

Libros, bibliotecas y cantinas

Por Pedro Conrado Cúdriz

 En la totalidad de los municipios del departamento del Atlántico, y de Colombia, existe una biblioteca pública contra un ciento de cantinas. Es decir, por cada 150 habitantes hay una cantina y hay dos o tres parques, mal construidos y mal cuidados para 20.000 conciudadanos. Y lo que hace falta son las políticas públicas de corte municipal, o regional, o nacional, que nos den opciones diferentes a la cultura monopólica del consumo del alcohol.

Las cantinas son más importes que los libros. Los fines de semana, por ejemplo, no hay nada qué hacer diferente a la propuesta cantinera del municipio.  Ruido y alcohol es el fin de la vida.

La dictadura cultural del consumo alcohólico, tiene sus raíces en la incuria, la negligencia pública del estado, en su ineficacia y su falta de preocupación por el arte, también tiene origen en el subdesarrollo mental de nuestros gobernantes y sus agentes, quienes viven de la inmediatez y los granos de maíz de la administración pública.

Estos señores encontraron el mundo hecho para mejorarlo, pero no lo han evaluado ni han aportado una neurona para cambiarlo. Claro, ellos no aman el mundo, porque se aman a sí mismos con tanta devoción narcisa, que los pudre la egolatría. Necesitan que los amen, pero no aprendieron a amar ni aman el mundo donde nacieron y viven.

En el barrio La Paz de Barranquilla, un extranjero, amante del mundo, el cura Cyrilo, ha puesto una neurona y amor para el desarrollo de la zona: Hay una infraestructura construida a piedra y pala con una biblioteca solvente, sala de juegos infantiles, una sala de lectura para los niños de primera infancia, una sala digital y un lugar de atención para los ancianos y niños discapacitados. Nadie puede discutir su amor por el mundo.

La realidad nuestra es deprimente, tan deprimente, que Cesar Acevedo, el autor caleño de la película La tierra y la sombra, ganadora de varios premios internacionales, en especial Cámara de Oro, en Cannes, tuvo que salir corriendo de Cali, porque según su versión “En Cali no hay mucha esperanza, no hay mucho futuro… Cuando la visito siento que no estoy cómodo en ningún lugar… Yo quiero a Cali, sigue diciendo, pero para mí es como estar parado al frente del abismo, y si mirás mucho al abismo, te traga. Es un círculo vicioso en el que no pasa nada, no hay una buena oferta cultural, no hay nada qué hacer…” última Revista Boca, El Tiempo, Bogotá.

Una biblioteca no basta para veinte mil habitantes, porque puede resultar insuficiente, sin embargo, hay escasos lectores picados por el placer de leer, hay, eso sí, estudiantes hacedores de tareas, que van a la biblioteca en busca de los computadores para resolverlas. ¡Qué desgracia!

En los pueblos, convertidos en morideros de almas invisibles, la biblioteca tiene que convertirse en un faro o en un polo de atracción para subvertir la cotidianidad aburrida de los pobladores, alegrar el barrio y convertirlo en un hervidero de sueños. Pero no, es otra edificación más del lugar y en el caso de Santo Tomás, es una estructura física peligrosamente vecina de otra que construye el Estado para la policía acantonada en el lugar. Hasta estos extremos hemos llegado, en lugar de convertir ese punto de la geografía de los sueños, en  algo extraordinario, el lugar lo convierten en punto de la represión militar nacional. Díganme, si estos que dieron la orden de construir el cuartel de policía, y los que lo permitieron, aman el mundo.

Solo nos falta lo que pasaba en San Vicente del Caguán, que según Wilson Montoya, coordinador de cultura y turismo del municipio, había que pedirle permiso a la policía para ingresar a la biblioteca (ver Latitud de El Heraldo del 9 de agosto, Una biblioteca que le ganó a la restricción y al olvido.)

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