Lo que deja el paro
Por Pedro Conrado Cúdriz
“Entonces la única puerta que nos
queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud.”
Federación Universitaria de Córdoba, Argentina. 1918.
“Y estamos cansados de ser los
cómplices de nuestros verdugos, de elegir a los que nos matan, de alimentar a
los que nos roban, de admirar a los que nos desprecian.” William Ospina
¿Podría Duque separarse del
Centro Democrático? ¿Tiene el carácter o las agallas para hacerlo? ¿Con cuánta
autonomía y libertad cuenta para ser un mejor actor de la política colombiana?
¿Qué tan decente y justo es el presidente Duque? ¿Él representa al Centro
Democrático o a los colombianos? ¿Después del 21N ustedes creen que Duque
necesita interlocutores para hacer los cambios que exige el país? ¿Cuáles son
sus dilemas personales y políticos?
Lo que todavía acaba de vivir el
país, es uno de los acontecimientos políticos más trascendentales de los
últimos 50 años. Nunca antes el país había experimentado un fenómeno marchante
de tal magnitud, en días y en los niveles de lo nacional y lo internacional.
Marchas, cacerolazos diarios y conciertos musicales ligados a los objetivos del
paro. Y por igual sentimientos y emociones de miedo, incertidumbre, terror,
muertes y miles de heridos y detenidos. Y, además, un movimiento sindical-
cívico telúrico que no ha dejado de inquietar a la sociedad toda. Menos al
régimen, que sigue con su tradicional agenda y como si no pasara nada.
¿Qué ha pasado para que la sociedad se levante en sus propios hombros?
Varios factores de corte
político, económico y social pueden ayudar a comprender las causas. Una deuda
social acumulada por años y décadas, traducida en el deterioro paulatino de la
calidad de vida o el bienestar de los ciudadanos. Los malos servicios públicos
incluyendo la salud. La pobreza extrema. La imparable corrupción, es decir, el robo
de los dineros públicos planeado por un régimen que ha terminado diseñando la
casa por cárcel para burlarse de los colombianos. Las trabas a la paz y a las
propuestas anticorrupción, votadas por casi 12 millones de nacionales. La mala
calidad de la educación pública. Las propuestas de las reformas
gubernamentales: tributaria, laboral y la pensional. La clase política,
concentrada en el gobierno y en los “clubes” o gremios de los ricos como la
Andi, Fenalco, Fedegan, una minoría privilegiada que disfruta a su antojo de
las mieles del sistema. La impotencia de la gente para cambiar los factores que
obstaculizan la movilidad social en Colombia. Y el sistema de corrupción
clientelista, entre otros factores, son el combustible más peligroso para
mantener encendida la hoguera de la indignidad nacional.
Lo que se observa es un odio
social acumulado, que aprovecha las marchas para enviarle sus mensajes al
gobierno de turno. Detrás de los vándalos se esconde el odio de clase, los
resentimientos, la violencia política de los que no pueden expresarse y opinar
como lo hacen los políticos y los gobernantes de turno todos los días. Es el
odio de los marginados, manifiesto también en los estadios de Colombia. Porque
la pobreza embrutece y violenta la vida de los que viven hacinados y al margen
del bienestar humano de los que viven al norte de las ciudades. Lo de ciudad Bolívar
en Bogotá o el distrito de Aguablanca en Cali, son ejemplos claros del fenómeno
opresivo de la marginalidad. Aguablanca tiene más de 180 estructuras criminales
en su vientre descocido, una sociedad pauperizada al extremo por parte de un
capitalismo genocida.
Bueno, toda pobreza arrincona al
hombre y lo obliga a la violenta sobrevivencia biológica. Y este hombre, que
nació bueno, se ve obligado, en últimas, por la circunstancia a delinquir para
poder supervivir en medio de las más espantosas condiciones inhumanas. Y este
mismo hombre, seguramente pensará antes de un atraco, que nada pierde si
seguirá viviendo en lo inhumano, porque la muerte, quizá, es mejor que la vida.
La muerte puede entonces ser el alivio contra la costra de la infamia y la
indignidad de vivir como animales.
Pero el entorno latinoamericano
también tiene un efecto dominó sobre las marchas políticas en el país. Chile,
Bolivia, Perú, Ecuador, Argentina son ejemplos espejos a pesar de las
diferencias que los separan. No es la democracia la que solamente está en
crisis, es el sistema capitalista todo el que colapsa, el que les quita la
respiración a los pulmones de la sociedad civil. Sus sociópatas y sus áulicos
son los que al final lo defienden tal como funciona, a pesar de que en Chile,
los ricos han reaccionado a sus horrendos e injustos gobiernos plutocráticos y
están decidiendo cambiar la Constitución política y bajarles el salario en el
50% a los congresistas. Esa es otra de las razones por la que las marchas
desbordaron los partidos políticos. Las gentes dejaron de creer en ellos cuando
convirtieron los votos y los votantes en otra mercancía más del mercado
capitalista. Cuando sus intereses dejaron de ser comunales y partidistas para
ser personales.
Las marchas no tienen partidos porque
sus orígenes están en las inconformidades del corazón de las gentes, en sus
frustraciones familiares e individuales. Porque también desapareció la
esperanza y la movilidad social se diluyó de sus vidas. Porque asistir a la
universidad perdió sentido humanista y ser profesional fue otra obra más del
consumo mercantilista. Porque nacer pobre da lo mismo que morir pobre. Porque,
en fin, se prohibió soñar.
Ningún político puede atribuirse
el liderazgo de las marchas, porque a las gentes se les acabó la paciencia de
seguir esperando las promesas de los cambios propuestos por los partidos
políticos. Nadie cree en nada ni en nadie. Se murió la esperanza. Por eso las
marchas, para intentar crear una nueva esperanza, viva, palpable, comprobable y
sometida a la experiencia diaria. Si alguien le pregunta – me dijo un amigo –
por qué las marchas ahora y no en el pasado, dígale que nos tocó despertar hoy,
abrir los ojos hoy, porque somos como unos animales sosegados por la esperanza,
como rinocerontes, pero tenga mucho cuidado con herirlo o meterse con ellos…”
El movimiento era tan anhelado
que la gente se preguntaba: ¿Hasta cuándo vamos a seguir soportando tanta
injusticia? Y, sin embargo, las marchas sorprendieron a todos, al gobierno y a
los mismos marchantes, porque las marchas terminaron cambiándole la imagen
cotidiana a la ciudad – esto también sorprende – y le cambió la rutina a la
gente, trabó algo de sus vidas, pero al final todos entienden que es por la
bendita esperanza. “No imaginé estar aquí todos los días,” dijo una marchante
en televisión. Y prosiguió: “A pesar del miedo que tengo de morir en el
movimiento de gentes, persisto. Es necesario el mensaje que le estamos enviando
al gobierno. Ya no estamos ni ciegos ni sordos.”
Quien dio estas declaraciones era
muy joven y seguramente tenía conciencia del oscuro futuro proyectado por la
politiquería. Un título universitario sin movilidad social era continuar en la
pobreza de la guerra y el mal gobierno. La OCDE cree que para salir del estado
de pobreza a la colombiana se necesitan 200 años. Y así como vamos – con el
círculo cada vez más estrecho de los ricos – será imposible cambiar de estatus
económico.
El inventario de los enemigos
Los gobiernos nuestros son unos
expertos en crear enemigos falsos para exculparse de los factores de poder que
desestabilizan las instituciones. Por más de cuarenta años fueron las
guerrillas, el M19 o las Farc las culpables de todas las desgracias que pasaban
en el país. Y a falta de lucidez política y pensamiento crítico de la sociedad,
el invento terminaba y terminó triunfando. Todavía hay gentes que siguen
odiando a los farianos a pesar que esta guerrilla desmontó su estructura armada
y se adaptó al sistema como partido político. Ahora para excusarse del malestar
nacional de hoy se inventaron enemigos como los venezolanos, Santos, el ELN y
el mismo Gustavo Petro.
Como los pobres no tienen
identidad política – es la versión de Byung Chal Hun, el filósofo coreano - los
poderosos en el gobierno se la inventan creando en el imaginario popular los
enemigos falsos del poder para direccionar la atención ciudadana en otros temas
menos delicados o ficticios. Esto, según el editorial de El Espectador del 1 de
diciembre del 2019 “… oscurece el debate. Cierra el diálogo que se dice estar promoviendo.”
Igual ocurre con la violencia de
la que el propio gobierno exculpa el Esmad, que es otro de los factores
violentos del sistema, porque resulta peor que la misma violencia de los
vándalos y los oportunistas de la calle. Mejor armamento, letalidad y trajes de
protección. Peor porque es el mismo Estado el que se escuda en la
institucionalidad para boicotear el derecho a la protesta pacífica de los
ciudadanos. Detrás del boicot se esconde la intolerancia y el castigo oficial a
las voces diferentes y opuestas al gobierno, un hábito antidemocrático que
termina definiendo la enfermedad dictatorial del régimen.
La violencia obstaculiza la
práctica pacifica de la protesta constitucional y esto lo sabe muy bien el
aparato ideológico-militar del Estado. El Esmad, por ejemplo, se ha constituido
en una fuerza letal y no en una fuerza para disuadir y prevenir actos violentos
en los paros. “En tiempos de paz – dijo un estudiante en la marcha – no se
necesitan policías violentos.” El conocimiento de la violencia como factor
político para boicotear el derecho constitucional a la protesta, es una
conducta perversa de un gobierno desesperado por defender el estatus quo.
Los defensores del
estatus quo
Algunas voces defensoras del
estado de cosas gubernamentales quieren hacerle creer a la ciudadanía, que las
protestas son solo eso, protestas, movimientos ciudadanos para manifestar sus
inconformidades con los gobiernos de turno, pero no pueden exigir cambios ni
acciones de Estado. Para ellos los protestantes son solo una masa solicitante
que debe respetar el diseño constitucional. Es decir, reconocer que el
presidente fue elegido democráticamente. Y no hay nada que hacer. “Porque – la
protesta o el paro como dice el editorial de El Tiempo del 1 de diciembre de un
año agónico como lo es el 2019 – no puede, de ninguna manera, ser considerado
un ejercicio democrático. Para decirlo sin ambages: la democracia se ejerce en
las urnas, donde se respaldan programas de gobierno… Pero queda claro: la
protesta callejera no reemplaza el sufragio universal, lo complementa.”
Y el ciudadano de a pie, el
callejero, se pregunta si la forma de gobierno es un pacto inamovible,
inflexible y si hay que tolerar o aceptar como un hecho irreversible de los
dioses a los malos y pésimos gobiernos.
Y todos los movimientos de
protestas en el mundo han terminado modelando positivamente las realidades
políticas, sociales, económicas y culturales de sus países. Brasil, Francia,
Alemania, México, Estados Unidos, Chile, España, etc., son ejemplos históricos
a corto, a mediano o largo plazo de cambios sustanciales.
Pero a lo que le temen en
realidad los gobiernos y los defensores del estatus quo, es lo que queda de los
movimientos de paros en el mundo, que en últimas los actores se conviertan “en
activistas políticos – como sostiene Juan Manuel Sánchez, historiador de la
Universidad de Múnich -, en defensores de derechos humanos…” Leer en El
espectador, “Una lucha que no se arruga.” Dic 1 de 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sus comentarios y opiniones son muy importantes para nosotros.