martes, 14 de junio de 2016

¡Si hago mucho con poco, imagino lo que haría con mucho!

¡Si hago mucho con poco, imagino lo que haría con mucho!

Por Delia Rosa Bolaño Ipuana

La Guajira ha entrado en un estado de colapso  frente a la situación social, política, cultural, económica y humana que  está viviendo,  se intenta escribir una nueva historia dando las mejores punzadas que permitan diseñar la mochila abierta a la esperanza, a las oportunidades, y un mejor porvenir para todos los que la habitan y los que deberían disfrutar de sus riquezas, pero la misma circunstancia individualista de los que no les interesa el bienestar común, le abre paso a los mismos capítulos tristes de La Guajira. Historias que ni si quiera las fuertes brisas del inmenso Mar Caribe quieren pasar ya sus paginas, es hora de tomar mayor conciencia sobre cada situación que tenga que ver con la estabilidad del Estado y todos los colombianos deben analizar la situación catastrófica a la que se ha entrado, realmente nos hemos vuelto más consumista, más egoístas e inconscientes con la situación que nos baña en hambre, desnutrición, pobreza, desplazamiento,  inseguridad, muertos, asaltos, traición, corrupción, engaños, oportunismo que de una u otra manera nos perjudicará a todos.

Da tristeza y pena, que por falta de cultura sigamos ahogándonos en una agonía que podríamos cambiar cuando dejemos de seguir hundidos en el mismo charco de mentiras y falsedades al que la misma circunstancia no ha acostumbrado.

Los guajiros deben analizar el mercantilismo político en que están, donde no importa lo que desean hacer por su gente y por su tierra, solo les importa mantenerse en el poder y no dar paso u oportunidad a otros, pues los politiqueros están detrás de aquellos que no permiten trabajar y menos se respeta la decisión del pueblo que ha elegido a sus representantes, como solo les importa sus intereses, y por favor, si sabemos que podemos causarle daño a nuestro pueblo con esto, también debemos cohibirnos de violar las leyes, aunque en este país la ley es como la del embudo: lo ancho para unos y lo angosto para otros, porque si las inhabilidades que existen fueran para mejorar la situación lamentable y caótica a que está sometida nuestra amada tierra, pues bienvenidas sean, pero si es para empeorar nuestra situación, de verdad me produce  tristeza y lo  asemejo a carnívoros rapaces en busca de la presa que no les pertenece.

¿Cuánto recurso debe invertirse en nuevas elecciones? No estamos en este momento en disposición de cambios, ese recurso sería fundamental  invertirlo en educación, que realmente nos hace mucha, pero muchisima falta. Permitir que nos abrace la sabiduría y la capacitación para que no sigamos siendo esclavos de la ignorancia, pues el que no lee y se capacita está sometido a creer todo lo que se le dice, Dios mío, Mareiwa, jalashi pia (¿dónde estás?) Juya, Mma, tus hijos estamos muriendo a la consagración de nuestros orígenes, el lobo rapaz nos devora y nosotros aquí jimatuin(quietos).

Escribo porque es lo único que medio sé hacer, con esto contribuyo con mi pueblo, aunque les confieso que he hecho  mucho con poco, e imagino lo que haría con más.

De alguna manera somos todos hijos de la península más rica en todos los sentidos, y a la vez la más azotada por la soledad y el olvido que nosotros le hemos dado, todos viene a La Guajira a conocerla y a disfrutar de su belleza exótica, otros vienen a buscar oportunidades en ella ¿y nosotros qué? Se las dejo ahí, como dice el Cacique de la Junta.

lunes, 13 de junio de 2016

Bitácora

Brújula de los deseos

Por Pedro Conrado Cúdriz

“Es mejor comprar un libro en el evento de lanzamiento, que en las relaciones frías del comercio de las librerías. Uno tiene tiempo de conversar con los autores y con algunos asistentes sobre libros y otras pinturas…”

No sabía que existía Adriana Rosas Consuegra como otros seres en el universo, como otras estrellas, como otras cosas, como otros animales, como otros autores en el mundo, como otros mares, como otras islas, como no sabía que existían ciertas ciudades. Era la primera vez que la veía, y la vi en medio de la penumbra intencional de la Cueva, buscando algo y yo sin saber que era ella, la autora de “Brújula de los deseos”; confieso que mi alma fue zarandeada por una corriente de simpatía, quizá por el misterio de su sonrisa o por un extraño no sé qué neurológico que asombra a todos los seres humanos. Y luego fuimos convocados por Julio Olaciregui al salón del lanzamiento de los libros, incluyendo el suyo.

Ella es sencilla y humilde como su prosa. Compré su libro y me regaló su autógrafo y una fotografía en medio de la emoción del instante. Es mejor comprar un libro en el evento de lanzamiento, que en las relaciones frías del comercio de las librerías. Uno tiene tiempo de conversar con los autores y con algunos asistentes sobre libros y otras pinturas, observar que los jovencitos de hoy también compran libros; en fin, es mejor.

Con “Brújula de los deseos”, uno podría pensar que es un libro para el olvido, para la diletancia lectora, pero en verdad es un libro de viaje, de aventuras, y esto ya es placer, poder. Para parafrasear a Adriana Rosas, no importa el libro, solo leer. “… no importan los lugares tan sólo el sabernos estar aquí.” Es una escritura sin pretensiones de ninguna especie, no como los libros de aquellos filósofos abstrusos que tanto detestó el escritor rumano, nacionalizado en Francia, Cioran, y que tanto nos repelan también a nosotros; es una escritura viajera para contar la aventura del vivir (el instante sellado en la memoria juguetona de la escritora y del lector que ha aprendido a viajar en los libros), aventura marcada por el ir y venir de un lugar de la tierra a otro punto del mundo (Panamá, EEUU, España, Barcelona, Ámsterdam, Colón, Sabanalarga, Suan, Barranquilla, París…). Es una escritura limpia, higiénica, como la del autor del Viejo y el mar o la de Raymomd Carver, y allá al fondo el festejo del fantasma de Leila Guerreiro. Es la escritura que cuenta un viaje, el de ella: “… mis ojos brillantes por cosas que nunca había visto antes, mis ojos agradecidos por haberme llevado a esa ciudad.” (Ámsterdam)

El ojo de la cerradura

“El proletariado de los dioses” 

“El cronista no tiene la verdad absoluta pues la verdad más valiosa es la que le cuentan sus personajes”
                                                                                       Juan Villoro

Por Tito Mejía Sarmiento*

Luego de haber leído con mucho detenimiento todas las crónicas que componen este libro, me queda la seductora sensación de que hay muy buenos cronistas en el Caribe Colombiano, entre ellos Paul Brito, que hacen distinción al género narrativo con el sano propósito de revalorarlo críticamente desde la configuración de nuestros días sin afectar como es lógico la credibilidad tradicional.

Quedé fascinado. Y lo manifiesto, no por ser su amigo, porque  por encima de los compromisos de la amistad está la responsabilidad con la palabra, con la  literatura o con el propio arte. Por algo, los entendidos en la materia: Ramón Molinares, Alberto Salcedo Ramos, Heriberto Fiorillo, Álvaro Suescún, Juan Isaza, Iván Bernal, Joaquín Mattos Omar, Pedro Conrado y Michael David Durán no dudaron tampoco  en derramar en los diferentes medios de comunicación, un torrencial aguacero de buenos calificativos acerca del mismo.

Entonces, se me hace imperativo recomendar con lealtad lectora este texto por múltiples razones. La primera, porque en las aristas del relato hegemónico de cada crónica por ejemplo, comienzan a aparecer toda clase de personajes donde la omnisciencia del narrador los acompaña con buen tino en lugares por los cuales se mueven: colegios, centros comerciales, iglesias, gimnasios, pueblos lejanos de las urbe…, entendiendo que ellos no en todas partes  se comportan de la misma forma.

Algo destacable por parte de Paul Brito es que sitúa  en el centro a la gente común  e incluso a su propio padre “el canario Brito” con distintos formatos: un día mi padre zarpó de las Islas Canarias, su tierra natal cuando tenía 19 años de edad para establecerse en América pensando que el mundo era redondo, redondo como un balón de fútbol (El manglar y el canario);  unos jubilados  jubilosos que recuerdan el cliché de que los viejos terminan siendo niños de nuevo (Jubilados jubilosos); o de unos pobres  relojeros que dan la impresión de que el tiempo se estuviera agotando (El oficio de reparar el tiempo); unos muchachos que viven en los  extramuros de la ciudad que se dedican a domar el tiempo a través del compás de su propio cuerpo bailando el breakdance (Instrucciones para quebrarse los huesos), y terminan haciendo, como es lógico, el trágico papel de hombres sabios de su propia persistencia.

La segunda razón, por la manera como fueron  escritas las  14 historias, teniendo en cuenta los tres tipos de crónicas que se conocen: narrativa, descriptiva y argumentativa con una enorme profundización filosófica, permitiéndole a cada uno de sus personajes la ética que todo cronista debe respetar, ya  que por lógica, es una condición sine qua non para percibir el universo literario que se desea, es decir, acá la vida misma gana con el encantamiento de la Literatura: Las manías,  como las olas remolcan una promesa pero también una reclamación. El mar le concede  a quien está en la playa todas las olas que mueren a  sus pies, como un reflujo de las miles de generaciones  que lo antecedieron, y los miles de impulsos y afanes que aún se agitan en su sangre (Maestros de la repetición).

Además, “El proletariado de los dioses” es un libro de viajes con atractivas metáforas donde el estilo personal del autor está repleto de unos  elementos valorativos que transportan al lector hacia donde él quiere y lo retorna satisfecho a su lugar de origen: parece mentira que una cosa tan inasible como el viento, tan abstracta, le cambie el rostro a la ciudad, modifique el comportamiento de sus habitantes, desfigure sus modales, los arrincone en la ridiculez y que el responsable ni siquiera se pueda señalar con el dedo (Una historia al viento). Y que ese  mismo viento haga que un calvo agarre los tres pelos que lamen su cráneo y trate afanosamente de pegárselos de nuevo, pero la brisa burlona no se lo permita.

Paul Brito a lo Juan Villoro, reconocido escritor de México, tuvo que aventurarse a experimentar todo lo que implica escribir un texto de crónicas, debió tomarse todo el tiempo necesario para reconocer e interpretar la realidad, y también emprender la gran odisea para apropiarse de los hechos y espacios justos que se involucraron con los protagonistas de “El proletariado de los dioses”.

Gracias, Paul Brito por darnos a conocer tu libro, a mí personalmente, me sirvió para interpretar otro valor agregado acerca de la crónica. Por algo, es tan grande y secreto el techo del mundo que a él mismo le sacamos las verdades sin que se dé cuenta.

Tito Mejía Sarmiento*
Licenciado en Filología e Idiomas, Universidad del Atlántico; poeta, locutor y docente de tiempo completo en el Instituto Técnico Nacional de Comercio (Instenalco), de Barranquilla.
Ganador del Quinto Concurso Nacional Metropolitano de Poesía 2001