miércoles, 27 de febrero de 2013

Por el ojo de la cerradura

Cada día que pasa añoro más a mis zapatos viejos

Por Tito Mejía Sarmiento

Más hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a sus zapatos viejos...
Luis Carlos López

No escribo aquí sobre una tormenta política, ni de fuerzas oscuras que están acabando con la tranquilidad de los colombianos desde hace rato, mucho menos de la mujer amada que en las noches heladas quiere que le calienten su cuerpo a cualquier precio. Tampoco me voy a referir al éxito futbolístico del crack Lionel Messi en su club Barcelona o si la popular modelo barranquillera,  Toti Vergara, está nominada a un premio escénico. Nada eso. Hoy quiero rendirle un homenaje como en su momento lo hiciera el gran rapsoda cartagenero Luis Carlos López, a los zapatos viejos, a esos zapatos que aunque pasen años, han quedado imbricados en el alma.

      El 23 de abril del 2006, día del Idioma Castellano a las 9 y 30 minutos de la mañana, los vi por primera vez en una vitrina de un almacén de calzado de la calle 72 en Barranquilla. Me gustaron los dos tonos: blanco y negro, tipo clásico como los que usaban  por los años 60s y 70s,  los famosos actores del cine mejicano: Arturo de Córdova y Juan Orol. No les miento, amables lectores,  si les digo que los compré  dos horas después, cuando me tocó regresar a mi casa para completar el valor total de los mismos: $70.000 porque temí que otra persona los comprara primero que yo. La marca no la menciono porque sería darle publicidad sin que me paguen un peso, además, no me los  regalaron. 

    A partir de aquella fecha, nació una especie de enamoramiento con esos zapatos. Empecé a pisar vivencias bien concebidas cada vez que me los ponía. ¡Para ser más exacto, me traían buena suerte! Como por arte de magia me indicaban el sendero que llevaba y, parecía que hubiese ángeles abrazando mis pies, cuando cruzaba lugares que para la sociedad eran por ejemplo, de alta peligrosidad, sobre todo en las noches briosas de cada viernes. Mis zapatos conocían de memoria el camino de lunas nuevas y tal vez por eso, intento parafrasear un poco al gran poeta salvadoreño Jorge Galán, cuando canta: “aunque no lo comprenda de una forma absoluta, cuando mis zapatos pisan un pedazo de tierra, por mínimo que sea, no están pisando un pedazo mínimo de tierra, están pisando el mundo”.

     En una oportunidad, Ana Victoria, una hermosa trabajadora social de Montería, de cuyo nombre si quiero siempre acordarme, se enamoró de mí, como ella misma me lo manifestó en la intimidad de un acto sexual que disfrutamos en una hamaca en las afueras de la ciudad ganadera con la luz de una luna de octubre, fue, primero por mis zapatos de dos tonos y, luego por mi modo de ser. 

      Por eso, sigo desprendiendo oleadas de añoranzas por mis hermosos zapatos de dos tonos, los mismos que  le brindaban seguridad y comodidad a mis pies, cosa que no sucedía cuando me calzaba otros. Ahora resultan tan extraños mis pasos cuando ya no los llevo puestos porque las calendas vencieron sus huellas en el espacio del aletear obstinado de la memoria. 

      Los añoro, los tengo como un bello trofeo como añoró y tuvo otrora también los suyos, el poeta López,  con la única diferencia que los del Tuerto López, son unos   bellos trofeos para los ojos de miles de turistas que diariamente visitan la amurallada ciudad de Cartagena, mientras los míos, según mi compañera sentimental, son estorbos para las repisas de la casa. 

     Desde hace dos años mi vida se ha convertido  en una danza infinita de marchas monótonas, buscando un par similar a mis zapatos de dos tonos. No he bajado la guardia. Tengo fe que los conseguiré, así me toque seguir haciendo lo del poeta español Antonio Machado: Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.               

viernes, 22 de febrero de 2013

Letras sin fronteras

Una vieja cadena

Por Irene Ángel

A mi mamá le encanta guardar cosas viejas, monedas, ropa vieja sin usar, y usada, billetes, estos sí olvidados por el tiempo, frascos que lava y guarda, solo por el gusto de coleccionar, porque son muy lindos, no se para qué, o más bien sí lo sé, le encanta saber que el pasado todavía es presente.

Así que buscando y rebuscando algo entre sus bolsas antiguos, se encontró con una pulsera muy linda, amarilla sin mucho brillo y formando una trenza le hacía juego, otra cadena muy delgada de color blanco; me llamó y me dijo que me iba a dar algo que guardaba en ese bolso, desde que ella era recién casada, o sea, 60 años atrás, incluso cuando vio la pulsera, ella pensó que ya no existía y tuvo que recordar cómo la había conseguido; corría el año de 1950, y feliz, por haber conocido a mi papá, una tía le pidió el favor de acompañarla a Medellín para comprar las pulseras de la buena suerte, que eran de oro le advirtió, y bueno, digamos que en su ingenuidad, todavía lo es, así que sacó no se acuerda cuántos pesos, aunque me dijo, que cien pesos, pero le dije, que a lo mejor fue un centavo o máximo un peso, pero igual, le había costado mucha, muchísima plata, no se me ocurrió otra cosa que decirle que la habían estafado, y me contestó que en esa época no habían los estafadores de ahora, esa es mi defensa por decirle ingenua; le expliqué que desde que existe el humano, vino con un manual pegado del cerebro, cómo hacer trampa, y robarle al otro, cómo conseguir lo mejor sin mucho esfuerzo, etc, etc, etc, pero ella sigue creyendo que es cosa de ahora. Bueno, continúo, y como la encontró, quería que fuera mía y solo mía, la puso en mi muñeca derecha, muy delicadamente, diciéndome, nunca me la fuera a quitar, puedo decir en este punto que me emocioné como una quinceañera recibiendo un regalo muy importante, pero no pensé en la suerte, sino que era algo que ella había guardado sin saber que existía y bueno, ahora me había elegido a mí entre las nueve mujeres para hacer uso de lo que ella jamás se atrevió a usar. Para tirarme sin querer en el regalo, le pregunté si me iba a dar alergia, y como ella contesta, primero me dijo que no era ninguna lata, como para darme infección en la mano, y que si quería no me la pusiera que ella se la regalaba a la niña, hago la aclaración, que su niña ya tiene 37 años. Dije que claro que ya era mía y que mientras viviera, jamás me la iba a quitar, entonces me dijo que preguntara en la Joyería de la vecina, con qué la podía limpiar para que brillara.

      También pensé, ¡oro amarillo y oro blanco, dos oros!, ahora la moda son tres oros, pero igual, ya era poseedora de uno de los tesoros más recónditos de mi madre. Me fui a la joyería, intentando saber cómo limpiarla y de paso saber el precio, pues si era costosa, yo no le iba a dar papaya a los ladrones. Claro, que esto último, era un broma que yo misma me hacía, yo seguía pensando que la cadena pasaba a tener precio emocional y punto. Pregunté sin que se fueran a reír de mí, que cómo limpiaba “la latica” -es que fue un regalo de mi mamá que lo tenía guardado hace muchos años y quiero que brille-, ella miró fijamente, me la quitó, la tocó un segundo y me dijo, y para qué quieres que brille, si todo lo que brilla no es oro, además si la brillas le quitas el buen baño de oro que tiene y se le perdería la belleza que posee, porque de estas ya no vuelven a hacer.

     Salí de allí mirándola con cuidado y sin creer que era un pedacito de tesoro lo que llevaba puesto, pero no pude, porque en algún lugar del camino, en el momento en que la dejé de mirar, se reventó para no volver a encontrarla nunca.

jueves, 14 de febrero de 2013

Impresiones

Los prejuicios sociales en Colombia

Por Nadim Marmolejo Sevilla

Cada vez que visitó una región del país me encuentro con que los prejuicios sociales, la mayoría de los cuales persiste en anular las virtudes a cambio de los defectos de los colombianos, se resisten con todas sus fuerzas a desaparecer de la mente de mis coterráneos. Los oigo de boca de los paisas, los opitas, los pastusos, los costeños, los llaneros, los rolos, en fin, de todo el mundo, sin que nadie se fije en el tremendo daño que le hacen estos al tejido social del país.

      Es como si nos resultara imposible dejar de aplicar aquella vieja sentencia que dice: “no hay peor ciego que él no quiere ver”, ya que tercamente nos aferramos a seguir considerando al costeño, flojo y rumbero; al pastuso, bruto y cándido; al opita, lerdo y lirón; al rolo, hipócrita y encopetado; al paisa vivo y embaucador, pese al inmenso esfuerzo y aporte que cada región hace a diario al progreso y al desarrollo de la nación.

      No se dónde se esconde el buen entendimiento natural de los colombianos cuando observamos y no reconocemos como es debido el vanguardismo empresarial de los antioqueños, la inteligencia y el amor por su terruño de los pastusos, la capacidad de los bogotanos que ha hecho grande a Bogotá, el empuje agrícola y pecuario de los opitas y los llaneros que han dado a la tierra el mejor uso industrial, y la chispa de los costeños que han puesto en alto el nombre de Colombia a nivel internacional con sus triunfos artísticos, literarios, y deportivos.

      Otra Colombia sería esta si cada uno de sus hijos dejara de ver al otro por encima del hombro y de agraviarse entre sí con desaires y desencuentros que no son otra cosa que producto de esos prejuicios sociales que ya mencionamos, los cuales pululan impunemente en nuestras cabezas, muchos de ellos provenientes de la terrible herencia de la esclavitud y la colonización española. Sí, por el contrario, cada vez que nos encontráramos con alguien de una región distinta a la nuestra nos dirigiéramos o refiriéramos a él de manera respetuosa y amable con su idiosincrasia, costumbres, y forma de ser, tal vez nos habríamos librado de las tantas guerras civiles que han azotado al país desde su creación y ya estaríamos en un mejor nivel de desarrollo social y económico.

      No podemos seguir permitiendo que nuestra realidad sea interpretada con tan primitivos y disonantes criterios que sólo contribuyen a que no nos veamos como los hermanos y compatriotas que somos, sino como enemigos y extraños en nuestra propia tierra. Y como si fuésemos carentes de identidad propia. Tal vez Colombia fuera un mejor país, más libre y más solidario, si desde el principio hubiésemos aceptado que somos una nación multiétnica, multicultural, y repleta de la más grande creatividad para salir adelante contra viento y marea.

¿Ustedes qué opinan?

Email: nadimar63@hotmail.com

Edición Nº 7

Tras las huellas
Por Alejandro Salgado Baldovino
Hay Festival 2013

Bitácora
Por Pedro Conrado Cúdriz
aDOSSIER K

El último bufón
Por León Donado
El último bufón

Hispanorama
Por Alicia Rosell
Ser mujer en el Siglo XXI

Vox populi
Por Alfonso Hamburger
Historias de aparecidos

Sería más fácil callar
Por Rosemary Maciá
¿Es tan mala la Ley 100?

Impresiones
Por Nadim Marmolejo Sevilla
La discriminación racial

Vamos a andar
Por Rodrigo Ramírez
Delincuentes e indecentes

Desde el malecón
Por Ignacio Verbel Vergara
Acerca de Yolanda de los Vientos

Por el ojo de la cerradura
Por Tito Mejía Sarmiento
A propósito de la novela "Círculo en llamas"

Letras sin fronteras
Por Irene Ángel Agudelo
Sobre mi olvido

Arcoiris
Por Yamile Quiroz
Desde El Greco, Rubens hasta Manga

Desde las troneras del San Felipe
Por Juan Carlos Céspedes
Donde nacen las palabras

Atapaz
Por Juan V Gutiérrez Magallanes
El hombre que portaba el hambre

lunes, 4 de febrero de 2013

Tras las huellas

Hay Festival 2013: Una burbuja dentro de la ciudad de Cartagena, según David Grossman.

Por Alejandro Salgado Baldovino

Nuevamente ha llegodo a su final otra edición del prestigioso “Hay Festival”, el festival que durante todo el año se celebra en otras nueve ciudades del mundo. No recuerdo ya desde cuando estoy asistiendo, pero siempre es uno de los eventos en mi calendario, junto con el Festival de Cine (FICCI), que inicia a finales de Febrero.

      Este año me disponía a asistir nuevamente al “Hay”, pero en esta ocasión no comprando boletas directamente como en los años anteriores, sino aprovechando el aspecto que aún tengo de estudiante. Así que me inscribí para recibir la escarapela amarilla que identificaba a los “estudiantes”, quienes teníamos la opción de escoger 10 de los eventos que se iban a presentar en el Hay.

      Inmediatamente me puse a buscar los eventos que consideraba más interesantes. Y así, luego de ese proceso, me dispuse a asistir desde el jueves al primer evento dentro de mi agenda en el Hay.

      El primer evento al que asistí, fue el jueves a las 5:30 p.m. en el Teatro Adolfo Mejía, con la conversación entre el escritor irlandés Colum McCann con Jonathan Bastian. Un escritor del cual aún no he leído nada por su escasa promoción en el país, muchos de sus libros no han sido traídos. Pero desde hace un tiempo estoy interesado en un libro suyo, ganador de National Book Award, y que me atrevo a recomendar sin haberlo leído, esperando que algún día pueda encontrarlo en alguna librería; el libro es: “Que el vasto mundo siga girando”.

     La charla de McCann fue muy interesante, se mostró como un persona relajada y describió algunos de sus “secretos” al escribir una historia o una de sus escenas, en donde recalcó la importancia de las imágenes, que en su proceso creativo las imágenes eran muy importantes, ya que le facilitaban el proceso, lo que dejó evidenciar en algo su procedimiento un poco cinematográfico. También mencionó que no le gusta retratarse a sí mismo en lo que escribe, sino que prefiere retratar y mirar a las otras personas, tratar de entenderlas y descubrir sus motivaciones. Al final, incluso mencionó a El amor en los tiempos del cólera. Y en una de las preguntas del público (que pocas veces son de resaltar), en donde le preguntaban sobre si prefería el uso de la primera o segunda persona, él respondió que no prestaba mucha atención, y que él sólo confiaba y tenía en cuenta el lenguaje, que al mismo tiempo le iba indicando la dirección adecuada que debe tomar el texto.

      Eso fue, en cuanto a su conversatorio, que en términos generales me gustó, pero ese día llegué un poco tarde (como a las 5:40), cuando ya todos habían ingresado al teatro, así que entré directamente, verificaron el código de mi escarapela y me dijeron que avanzara por el lado izquierdo. Fui subiendo las escaleras y atravesé la gran cortina vino tinto, ya cerrada, y pude escuchar que el conversatorio era en inglés, tomé un suspiro de alivio, ya que lo malo es que fuese en irlandés, y no quería ir a bajar nuevamente por los traductores (que es un proceso terrible que comentaré más adelante). En fin, mientras seguía subiendo, me encontré con uno de los asistentes que me dijeron que los espacios para los estudiantes eran en el cuarto piso.

   No le vi ningún problema, así que fui subiendo, dejando atrás el segundo y tercer piso, prácticamente vacíos. Me hubiese quedado en alguno de esos pisos, porque en cada escalera había alguien verificando que los estudiantes subieran al cuarto piso.

     Cuando finalmente llegué a ese cuarto piso, que ya parecía eterno, veo a algunos jóvenes con las escarapelas amarillas, y supuse que eran estudiantes. La mayoría de ellos, procedentes del interior del país, para no decir que el 99.9%

      Lo del cuarto piso en realidad me tenía sin cuidado, ya que en la escarapela decía que se le daba prioridad a las personas con boletas, sin importar incluso, que nos quedáramos por fuera, en caso de un eventual cubrimiento total de los espacios, por las personas que habían adquirido la boleta. Lo que si me dejó pensando, fue la ausencia de los estudiantes locales, los muchos que no disfrutaron del festival, y sé que eran del interior porque hablé con varios. Y eso, sin mencionar la ausencia de la población local, que arrojaría un dato lamentable.

     Luego, en los otros eventos, si me tocó enfrentarme a las filas, en donde los estudiantes debíamos esperar a que todos entraran primero, incluso aquellos que compraban las boletas de reventa en la entrada del mismo teatro a precios exorbitantes, del doble del precio original.

      Siguiendo con el tema importante, el Hay Festival es un excelente evento sin duda, siempre tiene invitados y conversatorios muy interesantes. No todos, claro está. Algunos de la programación hacen evidente la falta de creatividad y dinámica, al repetir los mismos de años anteriores, con los mismos protagonistas o presentadores, solamente con un pequeño cambio en el nombre. Afortunadamente evité entrar a todos ellas.

     Luego de que salí del conversatorio con McCann, tenía otra en el teatro sobre “Investigaciones periodísticas”, con varios de los invitados frecuentes, a esa desistí de asistir y me pase a la Librería Ábaco, en donde me encontré con varios amigos, que luego se dirigían al concierto de Susana Baca, al que lamentablemente no pude asistir, así que continuaremos con los otros eventos.

      Viernes, con Herta Müller y Fernando Savater
      El viernes tuve dos excelente conversatorios. Ambos en el Teatro Adolfo Mejía. El primero a las 5:30 p.m. con la premio nobel de literatura Herta Müller, en conversación con Philip Boehm. A este evento llegué un poco atrasado, con cinco minutos de retraso creo, y ya habían entrado todos, supongo que estaba tranquilo porque sabía que en el cuarto piso debía haber algún puesto. Como sabía que la charla era en alemán, y aún no domino ese idioma, antes de ingresar tuve que ir por uno de los traductores, cuando mire el número de mi traductor, el número 527, sabía que eso iba a ser un caos a la salida, aún así ingresé y me fui directo al cuarto piso, donde habían varios estudiantes, busqué un espacio en el balcón pero a la vez quedé mirando uno de los televisores disponibles en ese piso, donde se veían mucho mejor.

     El conversatorio me gustó mucho, Müller se mostró como una mujer reflexiva, apasionado con su trabajo y que habla con nostalgia de su tormentoso pasado. Como era inevitable, contó parte de su historia, de su familia y de su inspiración en los momentos oscuros. Esta última parte es la que me gustaría resaltar, porque en realidad me gustó mucho. Herta mencionaba como llegó un momento, cuando se encontraba en su país bajo esa dictadura, de la que es una férrea crítica, hablaba con las plantas y le ponía nombres a cada una. La forma en la que lo contó se veía tan sincera y honesta, que las leves sonrisas y el brillo en sus ojos, reflejaban una total introspección de un momento y un recuerdo traído al presente, un momento que a pesar de tener un entorno no muy agradable, sirvió para que desarrollara un poco su sensibilidad con las plantas y otros elementos. Además habló sobre la dictadura, sobre Dios, en fin, fue una charla intimista, que en realidad me dejó con ganas de leer algunas de sus obras.
      Aún no he leído nada de ella, aunque tengo su primera obra, un libro de cuentos cortos titulado “En tierras bajas”, que comentaré a penas lea.

      Cuando se acabó la charla con Müller, las personas se precipitaron para devolver los aparatos traductores, pero fue en vano. Ya en la entrada del teatro se había formado un caos terrible con todas las personas entregando los artefactos para reclamar sus cédulas o licencias. Luego de casi media hora o más, al fin pude entregar el aparato y salir para enseguida ponerme en la fila para el evento que seguía inmediatamente, con el español Fernando Savater, que sería una de las más divertidas

      El conversatorio con Fernando Savater y Carlos Granés, tenía por nombre “Riesgo y desafío de la literatura”.
     El evento fue unos de mis preferidos, Savater haciendo gala de su sentido del humor y su sarcasmo. La conversación se centró básicamente en el último libro de Savater “Los Invitados de la Princesa”, que aún no le leído, pero con todo lo que contaron ese día quedé con muchas ganas de leer. En el libro, al parecer hace distintas críticas, al estatus de la cocina como arte, a la ética, la educación y a diversos temas de superación personal. Fue una charla muy entretenida y divertida, la mejor forma de finalizar la noche.

      Sábado, David Grossman, Mario Vargas Llosa, Julian Barnes y siempre Flaubert.
      Para el día sábado, tenía tres eventos en lista, solamente quería asistir a uno de ellos, y también quería asistir a otro del que no tenía boleta. Así que decidí asistir al de David Grossman y luego pasarme a ver el de Siempre Flaubert por televisión. Para aprovechar y revisar la transmisión de Señal Colombia.

      La de David Grossman, fue muy buena. Grossman es un autor muy interesante, del cual quiero leer el libro “La Vida Entera”, que aún no he leído y me interesa mucho. Grossman mencionó la frase que menciono en el título del texto. Resulta que al inicio, el entrevistador le preguntó a Grossman su visión sobre la ciudad de Cartagena. Grossman respondió que no podía dar una visión general porque Cartagena era una burbuja dentro de Colombia, y a la vez que el Hay Festival era una burbuja dentro de Cartagena. Una respuesta que muy pocos se atreven a dar, ya que se encuentran hechizados por la magia de la heroica. Grossman, además con gran destreza habló de su vida, su obra, de la paz en el mundo, de Israel y tocó el inevitable tema de la muerte de hijo hace unos años atrás, que parece ser parte del hecho que inspiró su última novela “La Vida Entera”.

      Luego que se terminó el evento de Grossman, corrí para llegar a ver por televisión el esperado evento de dos admiradores del gran escritor Gustave Flaubert, Mario Vargas Llosa y Julian Barnes, ambos han dedicado algún texto sobre el escritor francés.
      La conversación fue totalmente deleitable y nutritiva, en donde ambos escritores hicieron gala de su conocimiento y pasión por la obra de Flaubert. Ambos destacaron la relevancia e importancia de Flaubert en la literatura moderna, y la inevitable mención de Madame Bovary.     Ambos escritores, moderados por Marianne Ponsford, quién en ocasiones citaba algunas frases para alimentar la discusión, pero los escritores dieron una cátedra tan fascinante, que dejaron a todo el público y espectadores extasiado, y con ganas de que no terminara el conversatorio.

     Vargas Llosa, quien fue más apasionado a la hora de hablar de Flaubert y Emma Bovary, se confesó como admirador eterno de Emma, y resaltó la grandeza de la novela, detalles como que cuando se encuentra triste, recurre a leer el fragmento del suicidio de Emma Bovary para reconciliarse con la vida, porque dice que con sólo el placer de leer ese fragmento merece la pena vivir la vida. Ya su amor a la obra de Flaubert, lo había demostrado en su texto de La Orgía Perpetua, pero Vargas Llosa no guarda palabras para alabar la grandeza de otros escritores. Y siempre se mostró muy accesible, incluso en su asistencia a los otros conversatorios de otros escritores, en las primeras filas.

      A continuación, destaco algunas de las perlas de ese conversatorio:
     “Madame Bovary era una muchachita que leía novelas rosa y su tragedia fue querer convertir esa ficción en realidad”. (Vargas Llosa)
     “La frase de Monsieur Bovary sobre su esposa ya muerta: - Lo corrompía desde el otro lado de la tumba-, es grandiosa”. (Vargas Llosa)
    "Madame Bovary no era frívola. Era una soñadora, una rebelde". (Vargas Llosa)
     La escena del suicidio de Emma Bovary, “Vale la pena vivir sólo para leerlo” (Vargas Llosa)
    “Flaubert en el fondo era un hombre profundamente pesimista. La idiotez le provocaba una enorme fascinación”. (Vargas Llosa)
     “Flaubert fue el primero en dignificar estéticamente a la novela, frente a la poesía y el teatro, considerados superiores en pasadas épocas”. (Vargas Llosa)

      Domingo, Julian Barnes
     Y finalmente, el último conversatorio al que asistí fue el de Julian Barnes, nuevamente, luego de su conversación con Vargas Llosa la noche anterior, en esta ocasión hablando sobre su obra, en especial sobre su libro “El Sentido de un Final”, que es otro de los que me llamó mucho la atención para leer. Barnes, en su discurso volvió a mencionar a Flaubert y Emma Bovary.

      En términos generales, disfruté mucho del festival, sobre todo estos eventos a los que asistí, que creo que fueron algunos de los mejores. El festival es muy bueno, pero tiene sus contrastes y sus puntos negros, que esperemos que se sigan mejorando en otra ocasión. Hay eventos, como siempre, que valen mucho la pena y justifican el festival. Sería bueno mejorar la organización en distintos aspectos, implementar en el programa nuevas actividades, que dinamicen la rutina, y que no sean la misma de cada año con distinto nombre. Pero en general, los conversatorios con escritores extranjeros siempre cumplen y son de los mejores. Esperemos que sigan trayendo muchos más y equilibrar con las nuevas propuestas en la programación. También mejorar la difusión del evento, en los estudiantes y la población local, así como las trasmisiones por televisión, etc.

      Ya luego de mencionar los puntos positivos, negativos y los comentarios de cada evento, dejo algunos de los recomendados:
      Colum McCann (Que el vasto mundo siga girando)
      Herta Müller (En tierras bajas)
      Fernando Savater (Los invitados de la princesa)
      David Grossman (La vida entera)
      Julian Barnes (El Sentido de un final)

         Y si tengo que escoger un personaje de entre todos los escritores, sería Mario Vargas Llosa.

    Ahora será esperar el festival del próximo año, ojalá tengamos a otros escritores internacionales y nuevas propuestas en la programación local. Y no se pierdan el FICCI, que esta edición va a estar muy buena. Y personalmente, esperaba este año más el FICCI que el Hay Festival.