domingo, 28 de octubre de 2012

Arcoiris

Salario mínimo o viento raspao y agua molida

Por Yamile Aisa Quiroz Quiroz
¨Gitanamora¨

Cuando visitamos el mercado, la tienda de la esquina o el supermercado moderno, nos enfrentamos a la realidad de nuestra supervivencia, con ella de la mano la cartera, que al sacarla la vemos exigua ante los costos que presupone la lista de suministros que hemos seleccionado. 

      Además de los artículos procesados y manufacturados, los cuales ya tienen de por sí un precio elevado; seleccionamos los víveres para nuestro diario sustento: los tres consabidos golpes como quien dice y paseamos entonces nuestra vista por las diferentes frutas, verduras, los endulzantes y alimentos como la panela, los lácteos… cuando esta tarea la ejecutamos en algún gran almacén supermercado o megamercado,  nos encontramos generalmente sin importar el día o la hora del mismo, que delante de nosotros va con un carrito y un rollo de tiquetes con costos nuevos un(a) joven dependiente cambiando los precios de todo aquello que queremos adquirir. Parece que cumpliera una de las Leyes de Murphy y sería: 
¨Al pretender comprar en un almacén de cadena, creyendo conocer el precio, este  seguro te lo cambiará el joven encargado del rollo de nuevos precios, quien siempre irá delante de ti¨.

      Por lo tanto el consabido salario sea del monto que sea, diariamente se ve asaltado aviesamente entre los góndolas de las tiendas, por estos cambios sin previo aviso por parte de los dueños de las cadenas de almacenes. Obviamente todos los demás compromisos económicos familiares o personales que se hayan proyectado para esa quincena o mesada se han de ver fuertemente afectados.

      En estos momentos de fin de año casi, con la música ambiental de la navidad en las emisoras populares que obligadamente escuchas cuando subes a un medio masivo de transporte, aún cuando no llega la época navideña, nos la quieren embutir y por lo mismo influir en hacer las compras de pascuas desde ya.
      Y curiosamente no faltará quien considere conveniente hacer las compras ahora, cuando estando fuera de temporada son ¨más baratas¨ o las encuentras en ¨realización¨. Entonces nuevamente la cartera ve adelgazar su antes mediana figura, pasando a una light forzada.

      Estamos próximos junto con la música navideña a escuchar y ver por internet o los periódicos, cómo se sientan representantes ¨Del gobierno¨ y de ¨Los trabajadores¨, en la mesa de negociaciones para acordar el salario mínimo. Estarán allí por lo menos dos meses, comiendo y refrescándose las medias mañanas y medias tardes por cuenta del erario, para que al final, de común acuerdo o por Decreto del Gobierno, haya Humo Blanco, mejor dicho, el aumento salarial saldrá a la palestra y al que le guste, bien y al que no, también.
      El cual muy bien sabemos usted. y yo, nos llegará a servir lo mismo, quedaremos como siempre: ¨brincando y saltando matones¨, pagando ¨escondederos a peso¨, en el peor de los casos -líbrame, Señor- acordando un préstamo con un ¨paga diario¨ o ¨Cuenta gotas¨, o como le llamen en otras  partes del país; el cual es un ¨desangre diario¨ y tienen que habitualmente sacar para pagar a los cobradores que llegan a la puerta de tu casa, tu negocio o lugar de trabajo; y hasta mala suerte dicen que le da a quienes lo acuerdan …, vaya usted. a saber. 
Mientras tanto…

Viento raspao y agua molida

Todos los días la misma vaina…
Picar las verduras, llorar con la cebolla, olor de ajo en las manos…
Tabla de madera vieja, no sé cómo aún aguanta tanto cuchillazo…
Vieja olla de presión sin tapa…ya no eres de presión…
De todas formas va diario el arroz, así se echen papa, yuca, ahuyama o ñame, si se puede...
El plátano, bueno que sea verde. Pero hoy va maduro que verde no hay. Total…
El maíz,…ya ese sí no…con lo de los biocombustibles, ni para arepas, menos para el sancocho.
Miércoles! Por lo mismo tampoco va haber agua de panela con limón…la panela que ya andaba en quinientos pesos, en menos de un año estará a milqui, si es que la encuentro en la tienda.
Ahora a ver si ya cayó la liga, -cuando oigo lo de la liga siempre pienso en las que se llevaban en las medias-. Nada, no ha caído nada…ya todos andan haciéndole a la cacería de pichones.
Desde que las gallinas ponen huevos a tres mil nadie las mata…
Las vacas andan todas locas, los chivos se los llevaron los periodistas cuando se les acabaron las chivas…
Otra vez será: viento raspao y agua molida…

Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca.                                                                                     Proverbio sufí

gitanamora.quiroz@gmail.com

viernes, 26 de octubre de 2012

Columna vertebral

La arquitectura del poema

Por Jaime Arturo Martínez
                                                               
A mediados de los años 70’ el profesor Nayib Abdala Ripoll se tropezó conmigo en la plaza de la Aduana de Cartagena y me invitó a un seminario sobre Dante Alighieri que dictaría el prestigioso intelectual Don Ramón de Zubiría. Lo habían invitado un grupo de señoras de la alta sociedad de Cartagena. Tuve la primera intención de excusarme, pero acepté. Mi vida literaria dio un vuelco, primero por el contenido de ese seminario y segundo, porque me acerqué a ese extraordinario humanista que fue Tito de Zubiría. 

      De todo lo que se estudió en esa semana del seminario, lo que más llamó mi atención fue la composición o arquitectura  de La Comedia: Cada una de sus partes, o cánticas (Infierno, Purgatorio y Paraíso), está dividida en cantos, a su vez compuestos de tercetos. El poema se ordena en función del simbolismo del número tres, que evoca la trinidad sagrada, el Padre, el Hijo y Espíritu Santo; el equilibrio , la estabilidad, y el triángulo. El poema cuenta con tres personajes principales, Dante, que personifica a la humanidad, Beatriz, que personifica la fe, y Virgilio, que hace otro tanto con la razón. La estrofa que utiliza  está compuesta por tres versos, y cada una de las cánticas cuenta con treinta y tres cantos, excepto el Infierno que tiene treinta y cuatro, de manera que la obra completa se compone de cien cantos. Se usa un tipo de rima original, la "terza rima". Además del número tres ( 3 ), Dante también utiliza el número diez (10 ) como cabalístico, como número pitagórico, por ser el  diez él que contienen a los demás. Esta es la razón del porque la obra está compuesta por cien ( 100 ) cantos, compuestos por los treinta y tres de cada reino, más el de introducción. También se puede apreciar la importancia decimal en los diez niveles del infierno, que son nueve círculos más el ante infierno, donde se encuentran los ignavi, es decir, los indiferentes. La estructura matemática de la Divina comedia, por otra parte, es mucho más compleja de lo que aquí se esboza. El poema puede leerse según los cuatro significados que se atribuyen a los textos sagrados: literal, moral, alegórico y anagógico. Dante hace gala además de un gran poder de síntesis que es característico de los grandes poetas. La estructura también afecta a los registros lingüísticos: en el infierno se utiliza un lenguaje vulgar, el texto del "Purgatorio" está lleno de citas bíblicas y el del "Paraíso", de himnos y cantos litúrgicos. Este es, sin lugar a dudas el más portentoso poema creado por un genio y tuvo que ser pensado con un sentido arquitectónico muy puntual. De ahí tomé una herramienta que no me abandona : pensar –hasta el más mínimo detalle– lo que voy a escribir, las palabras que le darán efectividad a la idea, los versos que sostendrán con firmeza lo que enuncio arriba y el verso final, que tiene que ser contundente, que le mueva el piso al lector. 

      Esta décima, que aparece a continuación es mi modesto homenaje a este autor: DANTE. Todo ahora se revela / -El Arno – fluye. Mis días / bajo tu égida. Mía / tu insignia, tuya mi estela. / Ya mi pulso no recela  / del tuyo. Veo el destierro / La penuria como un hierro / El verso, la nombradía / Ahora pasas y me guías / A tu mirada me aferro.

Vamos a andar

Corrosión y corrupción

Por Rodrigo Ramírez Pérez

Una sociedad cariada por la corrupción, cuenta en su inventario con una abismal desventaja en el tiempo para hacer los cambios de transformación social que necesita con urgencia. Seguramente esa sociedad no es la colombiana (¿?). Quizá estoy mirando para Centro América, el Caribe, Asia y África. No, en Colombia vamos bien (¡!).

      Muchos de ustedes me dirán: ¡Qué te pasa, Rodrigo, estás loco, te la fumaste verde! Jajajaja. Tienen razón, entonces, ¿hasta cuándo como sociedad vamos a asumir el papel corresponsable de contribuir para hacer los cambios de transformación social?

      No sigamos quedándonos con la fiebre en las sábanas, culpando al sofá de la infidelidad conyugal. Sí, somos un matrimonio: habitantes, ciudadanos y gobernantes. Los niveles de injusticia que toleramos y admitimos en la corrupción a todo nivel de la sociedad corroída, es uno de los principales motivos para estar en desventaja.

      Reitero, como lo he señalado en otros escritos, el cambio es individual primero, y después colectivo. De nada sirve que tengamos la legislación más severa contra los corruptos y al mismo tiempo las prebendas para que se le haga pifia a la misma norma. Por estos días asistí a un congreso de transparencia, y la verdad, lo que más me interesó fueron los ejemplos de sociedades que han logrado transformarse luego de derrotar la corrupción.

      Y esa transformación empezó en el individuo, en principio con una legislación severa y sin absoluciones. Con procesos de moralización colectivos, con la ponderación a los ejemplos de transparencia y con el compromiso de convertir a su sociedad en la mejor por su dignidad y honestidad.

      Esta reflexión no se va a remitir a las formas de corrupción que todos conocemos, ni la cultura del dinero fácil, ni a la crisis de valores, ni a las fallas en el sistema educativo, ni a la destrucción de la institucionalidad de la familia, ni al choque de trenes de las instituciones estatales por la guerra de intereses politiqueros de quienes la representan, ni a los vicios electorales. Como tampoco al conformismo social de pensar que siempre todo será lo mismo, sea quien sea el gobernante y por eso no le apostamos a actuar para cambiar.

      Esta reflexión sólo busca que si quieres de verdad la transformación social, no esperes que la definan los representantes del Estado, porque seguramente, ellos no serán el ejemplo que te motivará a hacerlo. El cambio está individualmente cuando comencemos a quitarnos la corrosión histórica de la corrupción.

      Cuando decidamos a anular todas las malas prácticas corruptas que culturalmente cometemos como si se tratara de algo normal, ejemplo, pedir comisiones de actividades que legalmente no lo ameritan, porque esa comisión no fue una gestión laboral.

      Cuando dices: “yo no denuncio la corrupción porque esa gente es peligrosa”. Cuando ignoras a los corruptos, porque tú no eres de ese perfil. En fin, hay tantas y tantas características de la cultura corrupta que debemos transformar sin tener que esperar que sea el Estado, quien finalmente nos diga cómo hacerlo.

      Esta reflexión es sólo la provocación un acto individual contra la corrupción, que por convicción puede ser ejemplo, que colectivamente nos corresponde imponer para reducir en el tiempo la meta de los cambios de transformación social, que serán los modelos a demostrar en otras naciones donde su gente aún no toma consciencia de que los procesos de 180 grados están en ellos.

      Entonces con resultados reales podré decir que Colombia es una nación que se transformó, sin tener que especular con ganchos publicitarios para que lean esta opinión.

El ojo de la cerradura

Exiliados en Lille, 30 años después
(Entrevista con Ramón Molinares Sarmiento)

Por Tito Mejía Sarmiento

Agradeciendo inmensamente la generosidad del narrador oriundo de Santo Tomás, Colombia, Ramón Molinares Sarmiento, quien se encuentra aún en Los Estados Unidos,  para con este servidor por la entrevista a través del hilo telefónico, a propósito de la traducción que se ha hecho al idioma  Inglés (Exiled in Lille) de su novela “Exiliados en Lille” por Antares Editorial, “por su fuerza creativa, la descarga emocional de sus personajes y su  técnica cronológica” y que recientemente fue lanzada en Toronto, Canadá, durante un coloquio, en desarrollo del 21 Festival de la Palabra y de la imagen/ Festival de Diásporas y Retornos que empezó el 25 de septiembre y se prolongará hasta el 17 de noviembre del presente año, presento a los lectores el diálogo sostenido durante casi media hora para todos los lectores de La Urraka.

      La voz de este hombre que estudió en la Escuela Normal de Medellín y en la Universidad Libre de Bogotá. Además en las universidades de Lille y Montpellier, Francia, donde adelantó una especialización en literatura francesa y que también es autor de la novela El saxofón del cautivo (1987) y Un hombre destinado a mentir (1993), se escucha gangosa producto quizás de una emoción acumulada por tener que esperar 30 años para ver cristalizado este gran sueño. 
      Cabe destacar que esta novela cuyo tema central  plantea  el tenebroso mundo de unos obreros chilenos quienes son objeto de la represión de Pinochet y que ya vomitados por el volcán de la bota militar, se congregan por varios años en la ciudad de Lille (Francia), donde saborean las vicisitudes, se dan íntegros a la lucha por su partido ante la posibilidad de un regreso a la patria amada, fue publicada por primera vez en el año 1982 en Barranquilla por la Editorial El Gallo Capón con 183 páginas:

Tito Mejía Sarmiento: ¿Qué lo motivó a usted escribir la novela Exiliados en Lille?
Ramón Molinares Sarmiento: Expresar mi solidaridad con los Chilenos que se vieron obligados a abandonar su patria a causa de la persecución desatada por la tiranía del régimen dictatorial de Augusto Pinochet. La novela es fruto de mi convivencia con varias familias Chilenas que se refugiaron en Lille.

TMS: ¿Por qué se refugiaron en Lille y no en otras ciudades de Francia?
RMS: Bueno, en ese país los alcaldes tenían autonomía para recibir o no refugiados. En Paris, por ejemplo, con el conservador Jacques Chirac, los exiliados no eran bien recibidos en aquel entonces. En cambio en Lille, el alcalde era el socialista Piere Maurois, quien años más tarde se convertiría en primer ministro del presidente Miterrand. Esto explica, pues, que gran parte de los chilenos se hubiesen  refugiados en la ciudad minera de Lille.

TMS:¿Pensó usted sinceramente, Ramón, que la trama de la novela podría ser como en efecto sucedió, la realidad absoluta de un futuro lejano con  el subterfugio en 1990, del presidente chileno Augusto Pinochet, siendo suplido por Patricio Aylwin?
RMS: Lo que sucedió en Chile en los tiempos de la dictadura está descrito en las últimas páginas de la novela. En ese sentido hubo una visión del futuro por parte mía, lo cual no requería, en verdad, mayor esfuerzo. Yo pensaba que el pueblo a la larga recobraría el aliento y terminaría por superar el miedo. Por eso, el desenlace de mi novela está lleno de esperanza. Todos los ejércitos que se dan a la tarea de reprimir a su propio pueblo acaban por ser vencidos. De manera que una vez más la realidad  imitará al arte. Los últimos días de Pinochet terminaron siendo similares a los descritos en mi libro.

TMS: ¿Por qué sin haber estado nunca en Chile y sus alrededores, usted presenta en la novela un profundo conocimiento de la realidad socio-económica y política  de ese país, con palabras lo suficientemente sólidas, vehementes como para guiar a cualquier exiliado no sólo de Chile sino de alguna otra parte del mundo en la reivindicación con su patria de origen?
RMS: Lo que sucede, Tito, es que a veces resulta más ventajoso abordar la realidad por las vías de la imaginación que  por la propia observación directa. El novelista Heinrich Mann, confiesa que una vez pidió permiso para observar el palacio de gobierno de Berlín. No le fue posible entrar pero eso, según él, lo favoreció mucho porque se vio obligado a recurrir al poder de su imaginación para hacer las descripciones del palacio. De haberlas visto directamente, confiesa, su descripción habría sido fría, un poco más pobre.

TMS:¿Cuándo el escritor Ramón Molinares Sarmiento se refiere a algunos personajes de su novela Exiliados en Lille, en aquello que desconocían el lenguaje de los teóricos, sindicatos y cenáculos de las grandes urbes, pero  sin embargo tenían muy claro que para amar la libertad y dignidad humanas no eran necesarias tantas lecturas; con qué propósitos  hizo eso sabiendo que se podía dar una dualidad en cuanto a la tendencia filosófica de la propia novela?
RMS: Mis personajes en el exilio son obreros en su gran mayoría y no tienen elementos que les permitan hacer formulaciones teóricas, pero eso no quiere decir que no filosofen, que no reflexionen sobre su propio mundo, sobre su destino de desterrados y sobre las causas políticas que hicieron posibles el exilio. Las reflexiones de los revolucionarios de café parten  de sus lecturas, de una realidad libresca. En cambio las de los obreros son fruto de sus vivencias y, en consecuencia, son de mayor hondura humana.

TMS:¿No cree usted que hay una efímera contradicción en el pensamiento de los hijos de Manuel Alvear y otros niños con el de los obreros exiliados, en cuanto al posible regreso a la remota patria perdida? Explique  bien eso, Ramón.
RMS: Los párvulos chilenos que llegan a Francia olvidan rápidamente el Español, su lengua, que es el elemento con que más se determina una cultura. Asimilan el idioma Francés y a través de él, la civilización y la cultura de Lille; de manera que es fácil comprender que terminan enfrentados con sus mayores. En realidad, no se trata de un enfrentamiento entre padres e hijos, sino de dos culturas distintas. La de los muchachos, que  acaban por sentirse franceses y la de sus padres que jamás podrán dejar de ser chilenos.

TMS: ¿A qué atribuye usted la burla o mofa de los “pequeños tiranos” hacia sus padres en algunos aspectos sobre todo de tipo idiomático, sabiendo que existe afinidad entre ambas lenguas (española y francesa) por ser romances? ¿No lo considera una ponderación al idioma francés?
RMS: Sí, es doloroso confesarlo, pero es obvio que los muchachos se sienten orgullosos de ser franceses. Ven en Francia y en los franceses con qué trajinan diariamente, sobre todo con sus profesores, una cultura que ha alcanzado niveles superiores a los de sus padres. Por lo demás, usted sabe, el loro viejo no aprende a hablar. Los obreros aprendían el francés con mucha dificultad y nunca pudieron expresarse tan correctamente como sus hijos.

TMS: ¿Hablemos ahora del personaje principal de la novela, Manuel Alvear, por qué sufre ese “desvarío sexual” hacia la francesa olvidándose momentáneamente de sus ideales y demás compañeros?
RMS: Manuel Alvear es un hombre muy conflictivo, con complejos de culpa, y de naturaleza agresiva. En Lille, está con las alas cortadas, no puede ejercer las actividades que lo ocupaban en Chile, por ejemplo. Tal vez por esto, cuando las energías acumuladas lo desbordan, toda su agresividad la descarga a través del sexo.

TMS: ¿Advirtiendo que la sociedad evoluciona y además  se hace más compleja cada día  a través de los tiempos y, ahora cuando  su novela ha sido traducida al idioma inglés, cuál sería el escapismo de la misma, apartándonos de ese tradicionalismo que se apega a una grandilocuencia absoluta y que se ocupa más que todo del aspecto gramatical y no del psicológico y conceptual de la novelística latinoamericana?
RMS: Esto sólo lo podrá contestar el tiempo. No sé si la novela ahora con la traducción al inglés  se fortalecerá más con los años o por el contrario perezca en el olvido.  Con la literatura nunca se sabe. El primer tiraje de “Cien años de soledad” fue de tres mil ejemplares, ahora se editan millones. Vamos a esperar qué pasa, ojalá los lectores anglosajones no la dejen morir.

jueves, 25 de octubre de 2012

Desde las troneras del San Felipe

Estopa y fuego

Por Juan Carlos Céspedes

Caminando por las callecitas de Cartagena, ahora llenas de basura por la insuficiencia de estos nuevos consorcios, me encontré con el doctor Meketrefe, famoso político de la ciudad, el cual muy apesadumbrado, me contaba sus últimas penurias —pensé que me soltaría toda una letanía por la pérdida de su investidura— pero no, su problema era conyugal. Como tengo fama inmerecida de saber escuchar a los demás, me preparé invocando al paciente Job, a atender el lloriqueo de mi amigo. Me contaba que su señora (nombre que me reservo para evitarles trabajo a los jueces de familia, que ya con el paro tienen suficiente) se había ido del hogar. 

      Sin dejarlo terminar, se me ocurrió que ya sabía el final de la historia, que todo era debido a sus largas estadías en la capital del país en su papel de congresista, y que ella se había cansado, pero nada, no era esto; falsa sabiduría, diría el filósofo Baba Alí. Me tragué mi vanidad mientras él continuaba su queja. Me explicó que todo comenzó cuando a ella se le dio por verse más joven, así que le pidió dinero para ingresar a un gimnasio deportivo, cosa a lo él que accedió gustoso. Al comienzo todo fue bien, después parece que ella se enamoró del fornido instructor. Fijé mi mirada en la barriga descomunal del doctor y en sus brazos flácidos imaginando el inventario comparativo de su esposa; desde lo físico nada había que hacer. Después de invitarme a un café, le dije que era normal que mujeres maduras (me guardé lo de desatendidas) pusieran sus ojos en jóvenes sementales todo músculo y hormonas afiebradas. Le recordé la vieja frase del filósofo Baba Alí: el hombre es fuego y la mujer estopa... ¿o es al revés? Lo cierto es que me juró que en su próxima campaña política iba a tratar de cerrar estos lugares donde no se iba a hacer ejercicios, sino a levantar pareja. Pensé que todavía hay gente vendiendo el sofá, y aunque el avestruz nunca oculta la cabeza, todo demuestra que el hombre sí busca cualquier arenal para esconderla. Además, sinceramente no creía que los cartageneros fueran a ser tan tontos de volver a elegirlo, después de los múltiples escándalos de corrupción de este padrastro de la patria. Mientras él hablaba de sus grandes contribuciones a su mujer —seguramente con el erario—, se me vino a la mente la posibilidad de que mis coterráneos no estuvieran maduros todavía para elegir antimeketrefes, que supieran poner a Cartagena donde se merece, o en caso contrario, tendríamos cien años más de oscuridad con políticos como el Último Demagogo. 

      De pronto sonó uno de sus tres celulares, se levantó con energía (como nunca lo hizo en las plenarias del Congreso) y se despidió con aires de gran personaje. Allí me dejó en el café sin esperar consejo ni pagar los tintos.          

Impresiones

La prensa y la paz

Por  Nadim Marmolejo Sevilla

La determinación del gobierno nacional de darle un manejo discreto y confidencial al proceso de paz que acaba de iniciar con las FARC es comprensible. Estamos de acuerdo en que no debe ventilarse en los medios de comunicación de la misma manera como se hizo con el del Caguán.

      Pero pienso que esa discreción y confidencialidad sólo es saludable siempre y cuando no comprometa el derecho a la información de la ciudadanía. Ni el ejercicio de la libertad de prensa. Por lo tanto, no debe usarse como excusa para no contar las cosas de manera oportuna, completa, y equilibradamente por parte de los negociadores de ambos lados.

      Tampoco debe ser usada para decir sólo lo que conviene y traspapelar los asuntos delicados. O no permitirle a la sociedad el acceso a los asuntos que se ventilen en la mesa de diálogos en igualdad de condiciones. Y mucho menos para esconderse de la crítica constructiva y objetiva que corresponda.

      Esta discreción y confidencialidad tienen que obedecer al criterio de proteger al proceso de las vanidades humanas y la propensión al protagonismo de unos argumentos sobre otros, mas no al de ocultar información vital de las negociaciones. La prensa tiene el compromiso de informar a tiempo y objetivamente sobre los avances o dificultades que se registren durante las conversaciones sin dejar de lado los puntos de vista de ambos negociadores, así como de los puntos de concordia y discordia que sean de interés público.

      Las ruedas de prensa no tienen que ser el único recurso mediante el cual se tengan que comunicar los pormenores del proceso. Esta forma de sacar a la luz pública las noticias termina apareciéndose a show mediático y una manera muy cómoda de los negociadores para librarse de la lupa periodística y del ojo vigilante de la sociedad. Además de que se hacen bajo cargas de estrés, de afán, de presión, y de cortedad de tiempo, que no ayudan a los sentidos y al entendimiento.

      Y, ante todo, debe quedar claro que dicha discreción y confidencialidad no pueden impedir que los periodistas indaguen, hagan ruido, y ejerzan su misión de examinar todo cuanto provenga del proceso y se allegue a él. Ni responsabilizársele de las filtraciones u rumores que puedan traspasar los límites de la puerta cerrada que separa a la mesa de diálogo entre el Gobierno y las FARC con la prensa.

      Y menos aún obstruir la difusión de balances y proyecciones propias de la labor periodística. El uso del micrófono no estará, entonces, sujeto a controles de ninguna índole y debe estar abierto para todas las voces que se alcen a favor y en contra de los temas en discusión. Y la prensa, por su lado, responsable y respetuosamente, debe estar a la altura de las circunstancias históricas actuales.

      En fin, como dijo en los últimos días en su cuenta de twiter el columnista de El Espectador Aldo Cívico: “la discreción en un proceso de paz tiene que ser de las partes sentadas a la mesa y no de los medios”. La sociedad reconoce y acepta que este no es un proceso de paz igual al anterior, pero no significa que haya que sacrificar la importante misión de informar de la prensa por esta simple razón.

Email: nadimar63@hotmail.com

miércoles, 24 de octubre de 2012

Vox populi

Crónicas de la tierra de la hamaca (IV)*

De pandillas y tribus urbanas

Por Alfonso Hamburger

Se volvió moda en San Jacinto amenazar con mandar a buscar las pandillas. Y lo hacen de manera folclórica, mamagallista, pero real. Con ello creen que solucionarían los problemas. Supe que un dirigente se las inventó para protestar contra un Alcalde y que el enano se fue creciendo. Ahora es un mal de mucha preocupación -su propio problema- porque estas pandillas extrañas para un pueblo como el nuestro, distan de las tribus urbanas de Buenos Aires y otras urbes, cuyas juventudes hallaron en estas expresiones musicales una forma de manifestación estética. La vida les cambio. 

      Supe de las pandillas San Jacinteras, ubicadas en barrios marginales, que se han ido cogiendo la plaza y las calles, que han reventado vitrinas y apedreado espectáculos, porque el cierre de la cabalgata fue víctima de ellas. No respetaron que los músicos estaban en tarima para soltar una lluvia de peñones y piedras que ni la Policía pudo controlar. Uno de los líderes, me cuentan, es el hijo de un mototaxita, buen futbolista, temperamental, que se hacia expulsar con frecuencia. Hoy, su hijo de catorce o quince años, es el líder de estos movimientos. No sé si se pueda decir que existe un líder en una muchedumbre desbocada y alocada que actúa como una manada de cabras locas. 

      Preocupado por esta situación, llamé a Rodrigo Rodríguez, quien no recuerda en su juventud semejante comportamiento. Él se dedicó a buscarle los secretos a la música, como tantos otros, que hoy son orgullo de nuestro terruño. 

      Recordó, que existían las guerras de barro. Los jóvenes del barrio Arriba se levantaban a bolitas de barro con los de La Bajera. Eran fiestas carnavalescas, guerras de pelotas de barro colorado, de la lomita Colorà, o requemado de La Bajera, que no ofrecían daño. 

      Si estas pandillas -que amenazaron con sabotear las fiestas y el rumor previo era de pánico- continúan se amerita un buen estudio de comportamiento social y psicológico, pues se trata de nuestro futuro como pueblo. 

      Antes de las fiestas, mientras estuve de paso a Cartagena, sentí pánico ajeno y me encerré temprano. 

      Valdría la pena que los San Jacinteros que lean estas crónicas, nos ayuden a clarificar esta situación y a hablarnos de las guerras entre bajereños y arribanos del pasado, a punta de pelotas de barro. 

PD. A propósito, sería bueno iniciar una campaña para liberar el camellón de la Iglesia, que es de todos, no de la Curia.

* Nota del editor: Esta es la última crónica de esta serie.

Desde el malecón

La estelarización de la carroña

Por

Ignacio Verbel Vergara.

Removiéndose en sus tumbas deben estar los grandes patriarcas del periodismo nacional, hispanoamericano  y universal. No es para menos. Ellos que escribían con estilo cuidadoso, con sintaxis rigurosa y semántica apropiada, que, aunque trataran los temas más estrambóticos y truculentos,  se cuidaban de hacerlo con una prosa fina, con vocablos que no chocaran con el buen decir, sin descuidar la descripción ágil, la puntada irónica, el epíteto adecuado o la metáfora que en vez de ocultar, develase. Sin ser moralistas ni fariseos ni  puritanos, hacían referencias puntuales a los acontecimientos que eran motivo de las noticias que redactaban, de las crónicas o los reportajes, de las columnas o de los artículos de opinión. Por ello, (aunque su quehacer tenía más que ver con el mundo real, concreto) eran asimilados como grandes literatos, como admirables usuarios de una palabra vestida de suntuosidad y vitalidad. Palabra que no embadurnaban de heces ni de purulencias y que aunque estaban destinadas a informar sobre hechos que  muchas veces eran estrafalarios o tremendos y que muy pronto quedarían olvidados, pisoteados por unos más recientes e importantes, se esmeraban porque los párrafos tuvieran ritmo, tono eufónico, elegancia discursiva.

      Joseph Pulitzer  y otros prestigiosos líderes de la prensa, sentaron las bases para un periodismo que, además de informar, ilustrara y que aunque echase mano de argumentos que explotaban la emotividad de los lectores, no cayesen en la grosería o el esperpento. 

      En los siglos XX y XXI, el mundo ha visto aparecer periodistas de gran valía, entre los que mencionamos a unos cuantos como Bill Keller, del New York Times, Pedro J Ramírez, Ryszard Kapuscinsky, Robert Fisk, Carl Bernstein y Bob Woodward, Seymour Hersch, William Howard Russell y David Randall, en el plano internacional; así como figuras nacionales de la talla de Guillermo Cano, Alfredo Molano Bravo, Lucas Caballero Calderón, Juan Gossain, Clemente Manuel Zabala, Héctor Rojas Herazo y el recién desaparecido Bernardo Hoyos. Todos ellos baluartes de un periodismo diáfano, que sabe qué hacer con las palabras, que entiende que informar no es aterrorizar ni es difamar, pero tampoco ocultar ni hacerle el juego al establishment  y mucho menos convertir el dolor ajeno en motivo para la burla o para la relación de hechos surcada por el folclorismo guasón o la frase abrupta e impertinente que se disfraza de popular o de facilitadora del acto comunicativo con la gente menos ilustrada.

      Periódicos, revistas y programas periodísticos de radio o televisión que tienen en el sensacionalismo su credo, su base, la razón de su éxito y las coordenadas que le garanticen un ganancioso aterrizaje, han existido desde siempre en Colombia y el mundo. Pero, los sensacionalistas se cuidaban muy bien de no estropear el idioma, de no ensuciar sus frases u oraciones con toscas expresiones. A pesar del cortinaje hecho de sangre y  cuerpos despedazados de las fotos, cuidaban de que las expresiones fuesen decentes.

      De hecho, en Colombia, en 1965 Ciro Gómez Mejía funda uno de los periódicos más amarillistas de que se tenga noticia en la historia del periodismo nacional: El Espacio, el mismo que pasaría a ser emporio de los Ardila. Pero a su amarillismo y a su estela sensacionalista, hay que abonarle el hecho de que se preocuparon desde un comienzo por no mancillar la palabra, aunque sus páginas estuviesen atiborradas de hechos atroces, aunque rebuscasen los aconteceres más terribles para ofrecerlos al público, lo hicieron con una prosa que no hería la susceptibilidad ni las buenas costumbres idiomáticas. Podían presentar hechos aberrantes, expresiones macabras de la condición humana, pero con gallardía, con respeto. Sus cronistas y reporteros se preocupaban incluso por mantener un estilo que, sin rayar en lo clásico o lo mesurado, se mantuviera siempre en la donosura léxica. 

      Pero en los últimos tiempos, acicateados quizás por la crisis de la economía y por la irrefrenable pérdida de lectores, algunos periódicos han dado en llenar sus páginas de textos escatológicos, que destilan  podredumbre y miseria idiomática a la par que son un atentado a los valores, a la ética, agreden la moral de las personas decentes, y por esa vía (quizás sin darse cuenta) apologizan el delito, narran los crímenes como si se tratase de situaciones humorísticas, presentan la noticia de forma groseramente descarnada, laceran la sensibilidad de los dolientes. Con ello, azuzan los más bajos instintos de la gente, le hacen ver como normal lo anormal, la estacionan en espacios mentales donde el delito, la trampa, los infortunios de quienes son víctimas de accidentes, de atentados o de timos de delincuentes de toda ralea, parecen sucesos repletos de comicidad y que en vez de ser lamentados, dan pie para el chascarrillo, para la broma perversa. Por ello, no es raro encontrar  titulares como : “Despachan a tiro a tendero”, “Llovió balín : cuatro muertos”, “Lo pillan recibiendo la marmaja”, “Le dieron cuatro pepazos en un partido de fútbol y lo mandaron al barrio de los acostados”, “Un valecita sería el matón del Tumix”, “El Mono pelo de candela volvió  a ser detenido por la policía”, “Con mi amante soy una fiera en la cama, pero con mi novio no”. O que encuentre una relación de hechos de la siguiente forma: “(…) fueron sorprendidos por las balas asesinas de dos sicarios, quienes llegaron hasta la terraza de su casa repartiendo balín”. O: “el hombre se opuso al atraco y el bandido le habría zampado dos puñaladas”. O: (…) el occiso, matarife de profesión, fue premiado por sus victimarios con dos tremendas cortaduras en el abdomen que lo dejaron seco y fuera de combate”. Estos, los ejemplos menos ofensivos que pude conseguir de la clase de textos que ofrecen esos periodiquillos, que deberían ser sancionados o cerrados por las autoridades, pues desdicen del criterio de ofrecer al público una información veraz, respetuosa y discreta en la manera de relacionar los hechos. No se trata de pedir censura, se trata de que quienes son informadores o comunicadores vinculados a los medios masivos de comunicación, no se conviertan en traficantes de la obscenidad, del irrespeto y de la mofa al dolor ajeno  y además, del maltrato al esplendor del idioma y de las buenas costumbres, claro está, sin caer en puritanismos ni en poses extremistas. El hecho es que hay que frenar la estelarización de la carroña.

Mundo de palabras

Los colombianos pedigüeños

Por

Jairo Cala Otero

En el parque de su barrio, adonde llegó después de haber escuchado las noticias de la mañana, Regalín miraba a todos lados. Quería encontrar a alguien con quien desfogar lo que sentía. Necesitaba hablar con alguien sobre la desazón que tenía por el incorrecto uso de un término. En esas, Alfabeto hizo aparición. Se sentó a su lado en la misma banca, y él dio comienzo a su plática.

      ─ ¿Te has fijado, Alfabeto, que ahora en este país abundan los regalones? (*). Hay muchísima gente que apenas piensa en regalos; pareciera que se hubiesen criado a punta de recibir obsequios todos los días.
      ─ ¿Por qué dices eso, Regalín?
      ─ Cómo que por qué. ¿No has escuchado a tu alrededor a tantos compatriotas deseosos de que todo se lo regalen? ¡Hasta los nombres de las personas los piden regalados!
      ─ Explícate. No te he entendido.
      ─ Pues que a mucha gente se le dio por torcer el sentido del verbo regalar. Ahora conjugan ese infinitivo en todas las ocasiones, sin que sea correcta su aplicación.

      En ese preciso momento, un jovencito que montaba en bicicleta se acercó a los dos caballeros, y dirigiéndose a Regalín, le dijo:

      ─ Señor, ¿me regala la hora, por favor?

      Alfabeto apenas miró rápidamente a Regalín; y, luego, pasó la mirada sobre el rostro del muchacho.

      ─ Fíjate, fíjate. ¡Lo acabas de escuchar, Alfabeto! Este muchacho quiere ¡que yo le regale la hora! Yo, sinceramente, apenas puedo suministrársela, indicársela o informársela. No tengo potestad para regalar el tiempo.

      ─ Ya comprendo, tienes mucha razón. Se volvió una fea costumbre entre mucha gente el utilizar ese verbo transitivo en situaciones que no lo admiten. Yo tenía ganas de que abordáramos este tema.
      ─ Sí, señor. Ahora quieren que uno regale todo, hasta las cosas más inverosímiles. Ayer, una funcionaria de la Gobernación, donde yo adelantaba una diligencia, me pidió que le regalara mi nombre ─ contó Regalín ─. Yo la increpé diciéndole que si le regalaba mi nombre ¡cómo carajo tendría que llamarme en lo sucesivo! Por lo menos fue inteligente y entendió el mensaje; se puso colorada, pero a renglón seguido me pidió que le regalara mi cédula. Volví a la carga, y le contesté que si le regalaba mi cédula yo me quedaría sin documento legal para identificarme; que yo solamente estaba dispuesto a proporcionarle, informarle, indicarle o darle el número de ese documento, pero que no se lo regalaría por ninguna razón. Pero la señorita, muy oronda, después de rellenar otros espacios de un formulario que diligenciaba con mis datos, reiteró su solicitud de regalo. Me dijo: «Señor, regáleme su teléfono». Entonces, no aguanté más, Alfabeto. Le dije que qué era ese atrevimiento, ¡por Dios! Que ni siquiera yo la conocía y ya me estaba pidiendo que le regalara mi teléfono. ¡Si yo lo necesito para hablar por él con mis amigos y parientes! Se volvieron muy regalones muchos de nuestros conciudadanos. 

      ─ A mí también me han hecho esas pasmosas solicitudes, a quemarropa. Hace no más de diez minutos estaba yo conversando con un amigo; al momento de despedirnos me dijo: «Regáleme su celular». Tuve que decirle que por qué razón habría de regalarle mi teléfono móvil; esta es mi herramienta de trabajo de todos los días. Entonces cayó en la cuenta y replicó que lo que quería era que le regalara el número de mi celular. Entonces volví a corregirle diciéndole que tampoco eso haría; que cuando menos le podía suministrar el número, porque si le regalaba mi número de teléfono todas las personas que me llaman a mí a esa línea quedarían despistadas al percatarse de que quien les contesta no soy yo. De ese tenor están las cosas con la semántica del español, Regalín.  
      ─ Razón tenías tú cuando en otra plática como esta insistías con los ejemplos de lo que ocurre en supermercados y tiendas. En esos lugares sí que abundan los regalones. Todo lo quieren regalado. Desde los huevos hasta la carne. Y lo risible es que después preguntan: «¿Cuánto le debo?». 

      En ese instante, una viejecita que pasaba junto a los dos, se arrimó para decirles:

      ─ ¿Me regalan la hora, señores?

      Los dos se miraron al mismo tiempo. Regalín contestó:

      ─ No, señora, no podemos regalarle la hora, pero sí le informamos que le cogió la tarde. Tanto para llegar a su casa como para consultar en un diccionario el significado del término regalar. ¡Corra, apúrese! 

      Se marcharon luego de regalarle unas monedas a un pordiosero que caminaba por un sendero del parque. Y tras convenir que regalar es un verbo que también funciona en las metáforas, por eso lo usan los poetas para decir, por ejemplo: «Regálame una mirada para alentar mi alma».

(*) Regalón: ‘Que se cría o se trata con mucho regalo’.


SIGNIFICADOS PRECISOS DEL VERBO REGALAR

1. Dar a alguien, sin recibir nada a cambio, algo en muestra de afecto o consideración o por otro motivo.
2. Halagar, acariciar o hacer expresiones de afecto y benevolencia.
3. Recrear, alegrar. (Alegrarse por una buena noticia).
4. Tratarse bien procurando tener las comodidades posibles. (Regalarse una buena casa).

Fuente: Diccionario de la Real Academia Española

domingo, 21 de octubre de 2012

Edición N° 3

Alejandro Salgado Baldovino
Tras las huellas
La filosofía de la libertad en América Latina

Tito Mejía Sarmiento
El ojo de la cerradura
El día que mataron a mi hermano...

Nadim Marmolejo Sevilla
Impresiones
Cartagena al desnudo

Juan V Gutiérrez Magallanes
Atapaz
Uno para la paz

Rodrigo Ramírez Pérez
Vamos a andar
El sentido de la estupidez

Alfonso Hamburger
Vox populi
Crónicas de la tierra de la hamaca III (Y siguieron los abrazos)

Yamile Aisa Quiroz Quiroz
Arcoiris
El arcaico, pero importante, sentido del olfato

Juan Carlos Céspedes Acosta
Desde las troneras del San Felipe
El bendito pagadiario

Ignacio Verbel Vergara
Desde el malecón
Una cita

Jaime Arturo Martínez
Columna vertebral

domingo, 14 de octubre de 2012

Tras las huellas

La filosofía de la libertad en América Latina 

Por

Alejandro Salgado Baldovino

Hace una semana estuve como ponente invitado en un Foro de Filosofía, en donde el tema central era: “América Latina como ser de la filosofía: camino a la libertad”. Escarbé en mis documentos y encontré una ponencia que había realizado hace unos años con afinidad al tema. Lo he recordado recientemente por la ponencia en el foro y por el tan celebrado día de la raza. 

      Hay una pregunta que aflora inicialmente cuando hablan de la filosofía en América Latina, y que de hecho ha sido raíz de grandes discusiones a través de la historia entre muchos pensadores, y es: ¿Existe o ha existido una verdadera filosofía en América Latina? 

      Este interrogante puede sonar arbitrario, pero depende también del contexto en que se utilice el concepto de filosofía. Porque si nos referimos al hecho y a la acción de pensar, en el amor a la sabiduría que encierra la etimología de la palabra. Pues claramente encontraremos muchos ejemplos. Pero el hecho que varios personajes han criticado es la ausencia de un pensamiento colectivo original, al decir que todo nuestro pensamiento, nuestro sistema ideológico, y la forma en que funciona nuestra sociedad es resultado del adoctrinamiento de otras culturas. Que si analizamos la historia, sobre todo si revisamos los hechos que se celebran el 12 de octubre, podremos encontrar algún indicio que confirma dicha teoría. 

      Alegan que nuestras culturas latinoamericanas han estado relacionadas ancestralmente al folclor, las celebraciones, la fiesta y la música. Pero muy poco se nombran pensadores influyentes. Incluso, con sólo hacer un pequeño ejercicio experimental de preguntar a cualquier persona que le mencione algún pensador importante en la historia de América Latina, la persona seguramente tardará en responder, y eso, si al final responde. 

      En el famoso día de la raza se celebra el día en que los colonizadores españoles llegaron  y “descubrieron” a América. Desde pequeños, cuando empezamos la escuela y cuando empezamos a dar “historia”, e incluso antes, nos hablan de los múltiples beneficios y la importancia de ese hecho histórico tan trascendental. Y el sistema educativo tradicional, así como ha permitido y facilitado la alienación de las masas y servido como graduación a las personas para su entrada oficial al sistema, ha facilitado también la consolidación de esa idea. 

      Es por esto, que es curioso y además lógico, que la consolidación del pensamiento latinoamericano logre su emancipación y auge, gracias a su propio esfuerzo y espíritu liberador. Y en el mismo proceso de revisar sus raíces y su origen. No siguiendo los ideales heredados del “descubrimiento” y la conquista. 

      Entonces, nos enfrentamos a otra pregunta. Antes de la llegada de Europa, ¿Ya no existía una filosofía en Latinoamérica? 

      Gracias a unos documentos, los llamados “Códices Mendocino” o “Códice de Mendoza”, que no eran más que informes que los colonizadores tenían que enviar a la Corona de la Nueva España, informando de todo lo que encontraban en la nueva cultura. Curiosamente, en estos textos se logró rescatar información de los Aztecas y del pueblo de Náhuatl, en donde se describía la existencia de un verdadero sistema educativo, que aseguraba la “dialéctica discontinua”, por la cual trasmitían y recreaban su cultura.

      En los códices se describen detalles como que los padres estaban a cargo de la educación de los niños hasta los 13 años. Que enseñaban las tareas relativas desde el cuidado de sí mismos hasta las habilidades para la obtención y producción de todo lo necesario para la vida del grupo. Luego de la educación a cargo de los padres, los niños y niñas Náhuatl entraban en una de dos escuelas disponibles: la Telpochcalli, dedicada a Tezcatlipoca, el dios guerrero, donde recibían formación militar; o la Calménac, dedicada a Quetzalcóatl, el dios principal, donde se impartían los conocimientos más elevados de la cultura Náhuatl, a través de la lectura de libros sagrados y científicos, y se adquirían las virtudes propias de quienes se ocuparían de las funciones más altas de la sociedad y el gobierno.

      Uno de los estudiosos sobre el tema, el profesor Jacinto Ordóñez Peñalonzo, autor del libro Introducción a la Pedagogía, menciona que dentro de la escuela de los Calménac, estaba la escuela Cuicacalli, que era una especie de Facultad de Filosofía y Letras. Un centro de estudios especializados, dedicado a la pintura, el canto, el baile y la música. Y describe el proceso de la siguiente forma: “Ser pintor era ser escritor, pues los códices eran secuencias de pinturas, escritas en poesía para ser cantadas; con los cantos venía el baile y la música. La matemática, la historia, la teología y la filosofía, toda la sabiduría se cantada” (Cfr. Ordóñez Peñalonzo, J., 2002, 8 – 9).

      Con la descripción que hace Ordóñez, que me parece fantástica, tenemos un acercamiento de cómo debía ser el proceso de aprendizaje de nuestros ancestros. Fusionando las ciencias con las artes, algo que tradicionalmente en la cultura que nos colonizó, estaban en constante conflicto. Solamente haciendo el proceso, utilizando la imaginación, pensamos en lo maravilloso que debía ser aprender de esa forma. Ya que en ese sistema nunca había represión, se utilizaba el arte y se mezclaba junto con las ciencias, ayudaba a los jóvenes en el proceso de crecimiento, autodescubrimiento, desarrollo de capacidades, y sobre todo el reconocimiento de sí mismos y de su comunidad.

      Para reflejar y contrastar la situación, busqué una foto reciente de una escuela con niños indígenas. En la foto los observamos a todos, en una pequeña choza, y todos amoldados al sistema tradicional, de un tablero, pupitres, los alumnos uniformados y el profesor, que en muchos casos cumple la función de opresor. Es increíble que a esto se le pueda llamar evolución o progreso. Pero así es. 

      Todo esto es importante conocerlo, no solamente conocer la historia de los “triunfadores” que aplastaron a quienes se atravesaban por su camino, como normalmente son las historias que conocemos. También los “derrotados” tienen una historia que contar, y como en este caso, una historia valiosa. ¿Si ya teníamos una filosofía?, ¿un pensamiento y un sistema libre y propio?, claro que sí. Pero tampoco podemos relegarnos y martirizarnos con la idea de que nos arrebataron todo en el pasado, ya eso pasó, y lamentablemente nada pudimos hacer. Tal vez si no hubiesen llegado los españoles, alguna de las otras culturas de Asia o del Medio Oriente hubiesen llegado, por esa misma curiosidad propia e innata del ser humanos. Lo que si no debemos es olvidar, son nuestras raíces, apelar a ella y defenderla, y tratar de adaptarla a los nuevos tiempos. Como incluso varias instituciones y organizaciones en todo el mundo ya lo están haciendo. Sólo de esa forma, con la búsqueda de la libertad del ser humano, el individuo, se puede aspirar a una libertad de una nación. Que se descubran a sí mismos, porque es cierto que el ser humano es capaz de cosas atroces, y todos en esto universo somos seres duales, pero también somos capaces de desarrollar y canalizar todo a través de expresiones como el arte. Y ese descubrimiento de nuestra relación con la naturaleza, los elementos y nosotros mismos, posiblemente nos acerque más a esa gran utopía de libertad.

Correo: alejandros15@hotmail.com

martes, 9 de octubre de 2012

El ojo de la cerradura

El día que mataron a mi hermano, el alcalde de Santo Tomás, Nelson Mejía Sarmiento

Por Tito Mejía Sarmiento

Aquel jueves 29 de abril de 2004, se levantó más temprano que nunca en su finca La Juntera (nombre que le da título a una hermosa canción de la autoría de Marciano Martínez e interpretada por Diomedes Díaz) con las primeras auras del amanecer y bajo la tenue luz de un lucero en lontananza. Lo hizo cantando precisamente: «Ay  perdóneme, señorita, si en algo llego a ofenderla, pero es que usted es tan bonita, que no me canso de verla» —me dijo con sucesivas lágrimas en sus ojos, la señora María Guadalupe Ortigoza, una de sus empleadas. «Mientras se bañaba en pantalones cortos en la alberca con agua bien fría como a él le gustaba, sonó su celular, y me pidió que contestara. Una voz gangosa me sentenció tajantemente: "¡Dile a ese malparido que hoy no va a regresar a la Alcaldía porque lo vamos a quebrar!", continuó diciéndome la atribulada mujer de 70 años.
      «Pasaron como cinco minutos cuando me preguntó quién había llamado tan temprano, a lo que yo le respondí llorando toda desesperada, que lo iban a matar hoy adonde fuera.  "No se preocupe, señora María, que Dios está conmigo. ¡Dios es ¡NELSISTA!", me respondió el doctor con la mayor tranquilidad del mundo».
      Aquella mañana iba vestido elegantemente con una camisa guayabera de lino blanco, un pantalón verde oscuro con zapatos negros mocasines. Era un atuendo para la ocasión: A partir de la 1:30 de la tarde, Nelson iba a  presidir una reunión cumbre en Barranquilla con sus abogados y asesores en el Colegio Ateneo Técnico para debatir los pasos a seguir y, conseguir su reintegro a la Alcaldía de Santo Tomás, ya que había sido suspendido temporalmente de su cargo por prevaricato por acción que se le seguía en el juzgado de Soledad cuando fue alcalde por primera vez en el periodo constitucional 1995 – 1997.

      Llegó a su residencia del barrio Lucero a perfumarse con su loción favorita: Montana, a las 8:30 de la mañana, y no le prestó atención a su esposa Onésima, quien le dijo que lo habían estado llamando para matarlo, y le pidió con toda su alma que no saliera, que no fuera a Barranquilla. Sólo dejó dicho que cuando Kelvin, su hijo amado, regresara del colegio, se preparara porque se iban para el Festival Vallenato de Valledupar, el fin de semana. Mi sobrino Alex me dijo una semana después del crimen, que si hubiera sabido que Nelson estaba amenazado de muerte, él se lo hubiera llevado para la casa de mi papá aunque fuera amarrado y arrastrado. Esa misma mañana visitó antes de irse para Barranquilla, a algunos amigos y amigas a quienes les «mamó gallo» como nunca antes, y se despidió de ellos haciendo la «V» de la victoria con su mano derecha como rechazando quizás, la malévola acción que horas más tarde le tenderían sus enemigos.

«Antes de la reunión y motivado por el optimismo de su abogada de cabecera, Edith María Carrillo Badillo, el mandatario invitó a almorzar a la jurista en el Restaurante “Don Efra”, en la calle 56 con carrera 42 (cerca de las instalaciones del DAS) con la intención de “empaparse” del estado actual de la investigación», escribiría el periodista Juan A. Tapia en el periódico El Heraldo el día 30 de abril de 2004.
     » Mientras se preparaban para ordenar el almuerzo, continúa diciendo el reportero, el alcalde le manifestó a Carrillo Badillo lo agradecido que estaba por su desempeño en el proceso por el cual había sido suspendido por el Gobernador del Atlántico, Carlos Rodado Noriega, ante pedido de la Fiscalía. Aunque la abogada le informó que confiaba en la prescripción de la investigación por prevaricato, el mandatario no ocultó su preocupación por otro negocio en su contra por el delito de peculado por aplicación oficial diferente, que podía derivar en una nueva orden de suspensión. En ese momento, un hombre de baja estatura que había descendido de una motocicleta caminó hasta la mesa de Mejía Sarmiento, le acercó una pistola  a  la cabeza y apretó dos veces el gatillo. Eran las 12:30 del día».
      »La abogada Carrillo corrió espantada mientras su cliente y amigo se desplomaba en la terraza del restaurante cubierto en  sangre». –Concluye el cronista judicial del periódico.
      «A esa misma hora en que mataron a Nelson -me comentaría dos meses después el viejo Chema, otro de los empleados de confianza en la finca La Juntera-, los gallos finos del doctor, empezaron a cantar toditos en los huacales y alborotaron a los otros gallos de los vecinos, y  Pantera, una perra criolla de Nelson, comenzó a ladrar dando vuelta por toda la finca como una loca». 
      Cuando se conoció la noticia de que había sido asesinado el doctor Nelson Mejía Sarmiento  en Barranquilla, el pueblo de Santo Tomás, sin ponerse de acuerdo, desbordado por la magnitud de la tragedia, se agolpó en la plaza principal: Unos descalzos, sin camisas otros, desarregladas las mujeres, mas todos unidos en el llanto por el amigo muerto a balazos. La intensidad del dolor, unánime bajo el sol implacable del mediodía, encegueció a la muchedumbre que, como avergonzada de haberse visto rebajada a las lágrimas, transformó en cólera el sentimiento de dolor. 
      No sé de qué manera, por muy distantes y disímiles que sean las circunstancias, esta cólera de uno cualquiera de los amigos de  Nelson podría ser inferior a la experimentada por Aquiles después de haber llorado la muerte de su mejor amigo: La muchedumbre encolerizada, hecha una bestia de miles de cabezas sin razón, sensible a cualquier voz que la llamara a la destrucción, ajena al miedo y a las culpas, rompió las puertas y las ventanas de hierro del Palacio Municipal, penetró en él sin que los policías que lo vigilaban pudieran evitarlo, destruyó los muebles de la Alcaldía, el Juzgado, la Registraduría y la Fiscalía, y terminó por entregarle a las llamas todo el edificio. 
      Doce minutos después de haberse congregado en la plaza, como si se hubiese tratado de la cola pasajera de un formidable huracán caribeño, la multitud se dispersó, la tristeza volvió a ocupar el lugar de la cólera y, salvo el olor a cosa quemada que se respiraba en las calles, y  los sollozos provenientes de las alcobas de todas las casas, Santo Tomás no parecía haber sido escenario de una expresión de dolor y amor tan violenta. 

     «Y no era para menos -como me dijera en su momento, el reconocido escritor Ramón Molinares Sarmiento durante el sepelio aquel sábado primero de mayo del 2004-, a nuestro pueblo le han quitado un pedazo de su alma, mi apreciado poeta Tito. -Y continuó diciéndome con un inusitado asombro como si estuviese  narrando el trozo de una novela-. Es que tu hermano, el médico Nelson Mejía, no fue reelegido alcalde porque hubiese hecho construir obras de importancia durante su primera administración, como el Hospital Pediátrico, sino por una causa de orden sentimental: Santo Tomás lo amaba. Lo veía como el paradigma de la bondad. Nunca antes este pueblo de  veinte mil habitantes había convertido a un hombre en objeto de tanto amor. Nelson era “un corazón de puertas abiertas”, por donde, sin pedir permiso, entraba todo el que quería a cualquier hora del día o de la noche». «En su corazón, mi querido Tito, en su corazón, tan grande como una casa, el desamparado sabía  que podía encontrar y hacer suyo lo que necesitaba de la alacena o del armario de los medicamentos. Era de esos que se quitan la camisa nada más que para  ver la alegría reflejada en el rostro  de quien la recibe. Dicen que su necesidad más sentida, la de compartir con el otro lo que tenía, la de dar, era una inclinación casi enfermiza, heredada del padre, que siempre ha sido un hombre de bolsillo abierto».
      »Tu hermano no sabía establecer distancias entre él y los menesterosos, de modo que estos terminaban por considerarlo un amigo más de la familia. Sus manos protegían a los menos favorecidos por la naturaleza».
      »Lo que hacía tu hermano no lo hacía nadie, me seguía relatando con su voz quebrada  Ramón, por ejemplo, resultaba gracioso y conmovedor al mismo tiempo, observar a los mensajeros internos de la alcaldía nombrados por él, Armandito y Rafa, dos muchachos nacidos con limitaciones, disputándose con altanería el reconocimiento de estar ejerciendo sus funciones  con mayor eficacia que el otro. Sólo un corazón tan sensible como el de tu hermano Nelson, podía darle a estos seres humanos la alegría de sentirse útiles a la sociedad. En el consultorio,  o al pie de la cama de un  paciente, después de hacer el diagnóstico, Nelson elaboraba con rigor la receta, que acompañaba con palabras alentadoras, que hacían reír, porque le parecía que con ello predisponía el cuerpo del enfermo para una mejor recepción de los medicamentos». "Lo que necesitas es que tu marido te quiera más, les decía a las señoras, que se desternillaban de la risa cuando agregaba unas palabras más explícitas, que no se sabe por qué razón resonaban en los labios de Nelson como desprovistas de su sentido grosero". "No dejes que las energías se te amontonen porque se te suben a la cabeza y te puedes volver loco, compártelas con tu mujer", les recomendaba a pacientes, que se veían salir de su consultorio con mejores bríos». 
       »Además, tú muy bien sabes, poeta, que Nelson era un hombre guapo, guapísimo, que despertaba en la muchachas una especie de histeria que lo obligaba a repartirse entre ellas. "No es que se reparta, es que se lo reparten, decían sus más íntimos amigos"», me terminaba de contar Ramón, cuando precisamente en esos instantes cayó un fuerte aguacero sobre la población. 
      
      Al sepelio de Nelson asistieron más de veinte mil personas. Cuentan que a un forastero, que  veía a la muchedumbre llorar y agitar los pañuelos blancos en señal de despedida, se le oyó decir, movido sin duda por la necesidad profunda que sentimos todos de ser amados, que hubiera querido ser el difunto. 

lunes, 8 de octubre de 2012

Impresiones

Cartagena, al desnudo

Por Nadim Marmolejo Sevilla

Aquello de que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen parece haber adquirido esta semana el doloroso estatus de verdad en Cartagena, tras lo manifestado por el veterano periodista Juan Gossaín sobre la crisis institucional por la que atraviesa en la actualidad esta ciudad. El reconocido comunicador dijo, tajantemente, en una entrevista concedida a su antigua casa radial RCN, que la responsabilidad de lo que está pasando en la capital del departamento de Bolívar es de la gente.

      Y se pone uno a mirar y encuentra que es muy difícil contradecirle. Cómo no creerle si todo el mundo era consciente de que Campo Elías Terán no poseía la más mínima experiencia en el ámbito de la administración pública moderna; cómo no creerle si era vox populi que su campaña estaba siendo financiada por personajes de la vieja guardia política de mal recuerdo para la ciudadanía; cómo no creerle si existió la compra y venta del voto el día de las elecciones; cómo no creerle si mucha gente recibió mercados, materiales de construcción y medicinas, regaladas, entre otras cosas, como parte de pago por su apoyo; cómo no creerle si todo el mundo sabe que ninguna persona gasta las cantidades exorbitantes de dinero que cuesta una campaña política en Colombia, por el sólo hecho de rendirle culto a la democracia.

      El elector cartagenero, en gran medida, se dejó llevar por la emoción que le inspiraba el hecho de que Campo Elías fuera un hombre famoso, por el agradecimiento que sentían muchos hacia él por los favores recibidos mientras estuvo al frente del programa radial que producía, por la simpatía que generaba su condición afrodescendiente y la idea de hacer historia como el primer alcalde negro de Cartagena, y, sobre todo, por el impulso de las fuerzas poderosas que le hicieron salir de la radio a la plaza pública. Mas no  por sus capacidades profesionales y técnicas necesarias para administrar una ciudad como esta y menos para gobernar. Como siempre, ninguno se fijó en si era o no el jinete adecuado para coger de las riendas el potro casi indomable de la alcaldía de La Heroica.

      Y no está por demás pensar que quizá esta sea la razón por la cual el escritor Oscar Collazos se atrevió a decir en su columna del periódico El Universal que “la mediocre gobernabilidad que padece Cartagena no es consecuencia de la enfermedad del alcalde, sino de un cúmulo de improvisaciones, de un fantasioso deseo de Campo Elías de ser alcalde, de un apego patológico a la ilusión del poder, del error de complacer a todo el mundo, de confundir la gobernabilidad con la piñata”.

      Esto no significa que Campo Elías Terán sea corrupto. Pero si ingenuo, en palabras de Gossaín, como parece demostrarlo el hecho de que firmara todo papel que le llevaban según su asesor jurídico Fabio Castellanos; que muchas de las decisiones trascendentales las tomaran otros a escondidas suyas, antes y mientras estaba en la clínica recibiendo atención médica debido al cáncer que padece, en detrimento del erario distrital; que, de manera lícita mas no lógica ni políticamente correcta, en forma desesperada y también a sus espaldas otros buscaran en los últimos días que el concejo distrital les aprobara millonarios recursos económicos provenientes de las regalías petroleras comprometiendo las vigencias futuras.

      De manera que resulta difícil no verse uno animado a considerar que el pueblo de Cartagena es el único responsable de lo que le está pasando. Que se nota a leguas que, en el caso actual (y otros del pasado que no vale la pena mencionar ahora), fue el mismo el que arruinó su destino al perder la sobriedad que se requiere siempre para ver bien por quien se vota en unas elecciones. Ni la alternativa del voto en blanco sirvió para evitar elegir a Campo y su “pandilla”, como llamara Gossaín a los integrantes de su gabinete.

      Ahora, tal como pensaba el filosofo neerlandés Baruch Espinoza, “no hay que reír ni lamentar, hay que corregir”.

Email: nadimar63@hotmail.com

viernes, 5 de octubre de 2012

Vamos a andar

El sentido de la estupidez

Por Rodrigo Ramírez Pérez

Casi todos los días me encuentro con caravanas de estúpidos, me los tropiezo con mucha frecuencia y los observo en su mismo círculo. He llegado a la conclusión que la estupidez es confundida con ciertos valores de la humanidad, quiero decir que algunos estúpidos están convencidos que enarbolan una bandera de principios, cuando en realidad cargan consigo son soserías.

      A estas alturas de la vida, tengo la certeza que pude superar el sentido de la estupidez, pues los años vividos me permiten asegurar que por mucho tiempo hice parte de esas caravanas. Cuando me redescubrí, comprendí que ciertas necedades a las que me aferré me demostraban ante los demás como un auténtico estúpido.

      A manera de ejemplo, la estupidez nos confunde cuando creemos que nuestra percepción de una situación determinada es la verdad absoluta. Para empezar la verdad en ciertos casos es subjetiva y se matiza de acuerdo con quien la cuente. Y cuando uno no contrasta su verdad con las demás verdades de las otras percepciones, lo más seguro es que estamos casado con una necedad.

      A estos necios, particularmente les llamo: necios de la insensatez, que en otras palabras es un clásico estúpido. Dar ejemplos, significaría extender una densa lista, que mejor se las dejo a su comprensión.

      Ese sentido de la estupidez permite que se generen luchas absurdas, que se pierda el sentido de la proporcionalidad y hace que se alineen muchos estúpidos alrededor de una necedad. La persistencia en esas necedades, lamentablemente  en ocasiones pasan las barreras y terminan en el peor de los escenarios, la guerra. Y como todos sabemos, muchas veces la confrontación de esta forma, termina con saldos reflejados en ríos de sangre.

      Muchos de Uds. dirán: Rodrigo estás hablando de la guerra de intereses por el poder. Yo les afirmaré, sí, pero se trata de no llegar a las disputas, porque un necio con sensatez, sabe que puede ceder en la negociación y de igual manera gana. Pero un necio insensato, un estúpido,  –quiero  decir–  piensa que ceder es perder y se envalentona para pisar los terrenos del odio y se encadena a la eterna venganza.

      Todo lo anterior es una explicación muy general del manejo de las relaciones interpersonales desde varios escenarios. Por eso existen muchos bandos enfrentándose porque su sentido de la estupidez no les deja ver la sensatez.

Vox populi

Crónicas de la tierra de la hamaca (III)

Y siguieron los abrazos

Por

Alfonso Hamburger


En los años ochenta, Dionisio Anillo Villalba, fue elegido Alcalde de San Jacinto por el glorioso partido conservador. El nuevo alcalde, aun envuelto en sus papeles, practicaba el discurso de posesión en el patio de su casa, subido en un banquillo que le servía de tarima, mientras Glenia, su digna esposa, 
oficiaba de tribuna con un espejo donde el nuevo Alcalde se revisaba los detalles. Estaba mozo y rozagante. Todo un Anillo. Y a los Anillo les gusta la plata, diría Adolfo Pacheco. ¿A quien no? 
Mientras Glenia aplaudía, Licho Traste, que observaba mimetizado en el patio de su hermano Alfonso (el Buitre), soltaba la risa. Eran vecinos. 

      En aquellos tiempos, quizás como ahora, los alcaldes eran omniscientes, pequeños reyezuelos. Anillo Villalba tenia el compromiso de superar a José De La Cruz, mi hermano, en el afán de pavimentar el pueblo a punta de multas con cemento, de modo que no sentía ni pizca de vergüenza al parquear la volqueta Municipal en la casa que empezaba a construir, de dos pisos, con balcón volado a la calle de la Fuente. 

      Apenas este servidor empezaba su ejercicio difícil de ser periodista en su propio patio. Una foto de una mula cargada de cemento en la puerta del Surtidor de Abercio Otero y el rumor de que el alcalde estaba construyendo su casa con recursos del Municipio, me enfrentaron a estos dos señores. Ambos cogieron Universal. 

      Hoy, Dionisio Anillo es uno de mis mejores amigos, lo mismo que sus hermanos “Rembe”, “Pacho”, el difunto Licho lo fue y Mireya, que estudio con nosotros en el Pio XII. 
      En el calor de una juma, cuando coincidimos en Sincelejo, Dionisio me confesó que no sabe cómo no me quebró, cuando hice publicar esa verdad o rumor a voces en el periódico. Había algo de cierto, pero se trataba del Alcalde. Eran tiempos en que no se diferenciaba el Alcalde del Municipio. Anillo terminó su hermosa casa en muchos años de sacrificio, esa misma que lamentablemente fue una de las mas afectadas con la toma guerrillera del seis de febrero de un año que no quisiéramos recordar. 

      En esa casa, a media cuadra de la plaza de Los Gaiteros, Dionisio recibió a sus amigos en desarrollo de estas fiestas patronales. En el sardinel, con una María Namen, celebramos el reencuentro y la amistad. Todo el que pasaba arrimaba al charco. De Ovejas, Jerson Vanegas, se trajo una camioneta equipada con un altoparlante que se convierte en video. La Policía, que a veces le falta tino y sentido común  estuvo a punto de malograr la faena, al ordenar quitar la música. Tuvo que intervenir Kike Buelvas, en sus oficios como hermano del Alcalde y gran parte de la comunidad, para que dos agentes motorizados no levantaran la parranda. En las fiestas hay que ser tolerantes. El reencuentro es para reconocernos aun en las diferencias. Y lo curioso de todo es que los policías tenían un decreto en la mano, firmado por el hermano del Kike, que está celebrando sus primero cincuenta años con un pasacalle festivo.

      Las fiestas nuestras se han convertido en una colcha de retazos sabrosos. Hay gallos, corraleja, cabalgata, gaitas, danzas, muchos abrazos y parrandas. Ah, también bautizos, matrimonios, procesiones y fandangos. 
      Hace cuatro años mi hermano Henry me invitó a participar en la Cabalgata del Retorno, iniciando así el rescate de una bella tradición que quedó enmarcada en la canción de Alberto Lora Diago, el padre de los hermanos Lora Lentino. La cabalgata nos refresca la memoria de un pueblo con marcada tradición ganadera. En briosos caballos se corrían las celebraciones de las fiestas de San Pedro y San Pablo en la calle de Las Flores. En un caballo que sabia como gente Nando Pereira se echó plomo con Luis Viana el relojero, nuestro vecino. El caballo entraba a los bailes con su amo, quien fue dueño de un gallo fino muerto en una pelea y sepultado con misa y ceremonial de persona adulta. Lo metieron preso por el ritual burlesco, que no soportó la ortodoxia de Joaquín Solano, el alcalde de la época.

      De todos mis amigos, el mejor es Henry mi hermano. No solo es un líder en lo que se propone, sino en el don de gente. La cabalgata, que crece cada día más, un hobby bastante caro, que despierta la economía e impulsa esta actividad gozosa, es idea suya con José Ángel Serpa. Participar en la cabalgata es una delicia. Y La Jica, como le decimos en casa, no solo lidera la cabalgata, sino que en el cierre tiene el animo de subir a tarima con el acordeón al pecho en Ser Vallenato y los muchachos de Mutual Ser a cantar las canciones de moda. Ya ha sido telonero de Los Zuleta, a compartido escenario con músicos profesionales de gran valía. Lo he visto tocarle el acordeón al Pitufo Balbuena y a Luis Egurrola, grandes consagrados. Igual, lo que hace Ricardo Pocho Ramírez y Galo Viana, aficionados al canto, de pararse a cantar en una parranda, es tener cojones.
      Después de Nando y Ramón Fernández y la voz afinada de la Seño Viña, yo fui quien llevó el canto a la familia. En un acto de osadía y atrevimiento, quizás desafiando a los consagrados y hermosos de mi pueblo, grabé hace doce años con dos de los mejores acordeonistas de Colombia, Nicolás Colacho Mendoza y Felipe Paternina, todo un lujo. De Miguel Manrique grabe una canción memorable sin pedirle permiso, Triste Plenilunio. Pero Galo, Henry y Pocho Ramírez, rebasaron mi timidez y hoy estoy en la banca.

jueves, 4 de octubre de 2012

Arcoiris

El arcaico, pero importante, sentido del olfato

por

Yamile Aisa Quiroz Quiroz
¨Gitanamora¨

Siendo como somos seres vivos, nuestra forma de conocer el medio que nos circunda y el medio interno, es por el sistema nervioso, las conexiones sinápticas que comunican los órganos al cerebro intermediando las neuronas: Así  tenemos los sentidos que nos informan de toda la riqueza experiencial de estímulos como olores, visiones, posición de nuestro cuerpo, sabor, sonidos, temperatura y sensaciones en la piel. 

      La especie humana comparte con los animales inferiores varias características, unas biológicas, otras funcionales.  Están los sentidos: el  visual, el táctil, el cinestésico, el del gusto,  el auditivo y el  olfativo, por ejemplo. Este último, el olfativo,  en nosotros comprende varios órganos, desde las fosas nasales pasando por el rinencéfalo o cerebro olfativo (lo compartimos con los reptiles, una de las primeras especies en aparecer), hasta el  profundo y oculto cortex olfatorio (en nosotros casi desaparecido precisamente por hacer uso y ¨abuso¨ de los otros sentidos) ; este sentido está por cierto mucho más desarrollado en los animales inferiores, caso los perros o las serpientes, los cuales se valen del olfato para su supervivencia, en ellos el sentido de la visión puede ser menos importante o  estar menos desarrollado que en nosotros.
      El ser humano ha remplazado esta función olfativa por la visual, la táctil, la cinestesia, el gusto y el oído en algunos casos. 

      Probablemente por ello conocemos en la actualidad una gran economía basada en perfumes, artículos de aseo y de belleza tanto para uno como para el otro género. Esta industria comenzó hace muchos años: con los jabones, talcos, cremas, desodorantes para cuerpo, los íntimos para damas, champús, enjuagues y muchos más.  En la canasta familiar el porcentaje de costos en útiles de aseo personal o para el hogar sobrepasa el costo de los alimentos, vestuario, libros y otros.

      Esta desodorización personal se ha desplazado a los espacios que usamos individual o colectivamente: en el hogar, centros educativos, oficinas, centros médicos, vehículos aviones y otros. 
      Usamos químicos que afectan nuestra piel, nuestros ojos, nuestras vías respiratorias, causando en algunos casos alergias por los productos de aseo de hogar, aseo de equipos, para herramientas, vehículos y demás. Estos químicos al ser desechados en los vertederos de aguas en cocinas o patios, vías públicas, ríos, siguen su curso dañino en la tierra,  plantas,  aguas vivas, afectando en forma vital las especies animales y vegetales que allí reposen. 
      Muchos de los cuales en el ciclo de producción, a veces pasan a nuestra mesa, trayendo de vuelta un alimento contaminado. 

      Las feromonas aquellas sustancias olorosas encargadas de facilitar el acercamiento o la huida han sido así disfrazadas, dificultando la comunicación no verbal (de tipo químico) que el cuerpo emite. 
      Hemos progresivamente negado nuestra esencia como seres vivientes, comunicantes, sufrientes de todo tipo de emoción, sensación y afectividades.
      Y en cierta forma nos alejamos de nuestra humanidad, carnalidad; haciendo difícil cada vez más nuestros procesos personales, espirituales.

El  olfato  de  Luga

Te acercas, 
olfateas,
hueles mis ropas, los zapatos, 
te informas…
de cuál otro can se ha acercado a mí…
Señales olfativas, que nosotros hemos perdido
ya no sabemos si tienes furor o 
si estás dispuesto al amor.
Cambiamos el sentido olfativo
por el visual
y nos dejamos engañar.
La edad o la enfermedad se esconden tras el bisturí.
Y tú simplemente sabes si se han acercado a mí 
usando tu nariz.
Las ropas galantes o por el contrario deslucidas, 
feas, hasta sucias,
nos ocultan al ser 
que está allí.
Bien puede ser un alma generosa, buena, 
o alejada de toda Humanidad…
Eso sí lo sabes tú…
Tu olfato te indica quien es quien…
Oh! Qué distraídos andamos…
Por querer vernos mejor,
aparentar civilizados,
nos hemos alejado de nuestra verdadera esencia
y ni siquiera …olemos a humanos,
Los perfumes más caros nos rociamos…
Y seguimos distraídos…
Sólo que tú con tu percepción
no te dejas engañar…
Querida mascota mía,
cuánto me enseñas cuando quiero ver. 

Quien  elige  el  camino  del  corazón  no  se  equivoca nunca…                                                                                                                 Prov. sufi.
E-mail: Gitanamora.quiroz@gmail.com